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lunes, 28 de diciembre de 2020

Heladería Perrini

 

Estaba sentado con mi familia y parte de la familia Pereyra en una mesa en la vereda de la heladería Perrini  en Carmelo, Uruguay. Solíamos ir a veranear a Carmelo y ese año nos hospedamos en casa de los Pereyra, amigos de la familia. La heladería quedaba en la plaza principal. Amaba esos helados, desde la presentación en una copa de metal, la gran variedad de sabores, algunos no eran comunes en Buenos Aires, hasta la coronación final con una oblea. Me encantaba observar como el frío del helado iba empañando la copa haciéndola virar del gris plateado al blanquecino granizo.

Era carnaval y estábamos contemplando como las comparsas danzaban alrededor de la plaza. Había música, baile, disfraces, carrozas, luces y colores por doquier.

Yo tendría unos doce años. En un momento algunos nos levantamos de la mesa y bajamos a la calle para observar mejor las comparsas. De pronto un gran auto antiguo y negro pisó la punta de mi pie derecho. Me asusté, pero increíblemente sólo sentí una pequeña molestia, quizás debido a mi pie semiplano. En seguida me senté a descansar del calor húmedo del verano.

Años más tarde me enteré que el heladero Aldo Perrini había sido secuestrado y torturado hasta morir por la dictadura cívico-militar uruguaya. Carlos Pereyra el hijo mayor de los Pereyra también fue secuestrado y torturado pero sigue con vida y militando por los derechos humanos en Uruguay.

 

Diego Gallotti

27/12/20

domingo, 13 de septiembre de 2020

Filadelfia

 

Llegamos a Filadelfia a las cinco de la mañana. Me imaginé que a esa hora al bajar del micro iba a estar fresco. Pero no, hacía un calor insoportable. Lo primero que le dije a Fernando fue:

¡No me quiero imaginar lo que será al mediodía!

Llegamos a una posada. En la habitación había un calor insufrible. Se me ocurrió ducharme y sin secarme me senté en una silla debajo del ventilador de techo para refrescarme. Fernando me imitó. Abrimos la puerta y la ventana de la habitación para que circulara el aire. Cuándo nos recuperamos un poco del golpe de calor, decidimos salir a conocer la colonia menonita. Era domingo. Todo el pueblo concurría a la iglesia. Hablamos con un cura rubio a la entrada del templo. Luego nos dirigimos a una reserva de un pueblo originario de la zona. Fernando quiso sacarles fotos y los nativos le pidieron dinero a cambio.

A la tarde tomamos un remis para visitar una estancia que decían que tenía una pileta donde refrescarnos. El remisero nos contó que por el camino de tierra arcillosa por el que transitábamos a veces se cruzaban carpinchos, pumas, venados y hasta yaguaretés.

Llegamos a la estancia. Nos presentamos a los dueños. Estaban bajo la sombra de un árbol tomando tereré. Nos convidaron unos sorbos. Bajo la mesa había una tortuga enorme. Les preguntamos si podíamos ir a refrescarnos a la pileta. Nos dijeron que si y nos indicaron el camino. Llegamos y la pileta resultó ser un reservorio de agua que habían cavado en la tierra. El calor era agobiante así que decidimos desvestirnos y ponernos la malla. Los pies se nos hundían en el barro. Nos zambullimos y nadamos un rato. Un zorro se acercó a abrevar y una rana nadaba a mi lado.

 

Diego Gallotti

13/9/20

sábado, 12 de septiembre de 2020

Plaza

 

Llegamos a la ciudad de Encarnación muy de noche y no encontramos hospedaje. Decidimos pasar la noche en una plaza y buscar un hotel a la mañana. Hacía calor así que usamos las bolsas de dormir sólo de colchoneta. Las extendimos en dos bancos y nos recostamos. Estuvimos charlando un rato y de pronto nos sobresaltó un estruendoso ruido en la calle desierta. Miramos alrededor pero no vimos nada. La noche estaba muy oscura, cerrada. El ruido se oía cada vez más cercano. De golpe un caballo blanco irrumpió al galope por la calle asfaltada. Parecía desbocado, enojado. Iba sin jinete, fantasmal, resplandeciente. Se alejó relinchando brioso y luminoso, como en un sueño. El ruido estrepitoso de los cascos contra el asfalto se escuchó por unos minutos más, hasta ser sólo un murmullo.

 

Diego Gallotti

12/9/20

jueves, 10 de septiembre de 2020

Bar

 

Llegamos en micro al pueblo de Rojas. Mi novia nos había prevenido de que tuviéramos cuidado ya que era un pueblo de cuchilleros. Nos contó que su abuelo había sido como el patriarca del pueblo y había tenido un montón de hijos, matrimoniales y extramatrimoniales. Nos enseñó a Fernando y a mí algunas malas palabras en guaraní para que las identificáramos por las dudas. Añamemby es el equivalente al “Hijo de puta” nuestro, aunque la traducción literal es “Hijo del Diablo”. Caminamos desde la terminal de micros por un sendero de tierra hacia el centro. Estábamos rodeados de campo y más campo. Luego de un trecho vimos una parada de colectivo con la propaganda de una radio popular. Hacía muchísimo calor. Cuando llegábamos a lo que parecía ser una plaza vimos a un señor subido a una carreta tirada por caballos. Tenía la carreta llena de verduras y en la cabeza se había puesto unas hojas grandes y verdes para protegerse del sol. Fernando decidió sacarle una foto. El señor sonrió. Le preguntamos por los parientes de Carla, mi novia. No nos entendió. A media cuadra vimos lo que parecía ser una posada semiderruida, decidimos ir a tomar algún refresco. Nos sentamos en una mesa desvencijada y gastada por el tiempo. Había un viejo sentado en un rincón que miraba para nuestro lado. Le preguntamos si nos podía servir alguna gaseosa fría. No nos respondió, tenía la mirada perdida. Llamamos en voz alta por alguien que nos atendiera. Nadie venía. Nos entretuvimos un rato largo mirando como las palomas sobre una viga del techo hacían un ritual de poder, una lucha por conservar su posición en la madera. La más fuerte y rozagante se ubicaba en el centro del listón, las de los costados trataban de acercarse al centro y eventualmente quitarle su lugar pero enseguida la paloma más grande las ahuyentaba. Cada tanto había algún cambio de posición  entre las que estaban más alejadas del centro. Finalmente llegó el mesero.

 

Diego Gallotti

10/9/20

sábado, 5 de septiembre de 2020

Rojas

Luego de visitar en Paraguay las ciudades de Asunción, Caacupé, Filadelfia, Ciudad del Este y las Misiones Jesuíticas, llegamos con mi amigo Fernando al pueblo de Rojas. El pueblo fundado por el abuelo de mi novia de aquel momento.

Preguntando llegamos a la casa de unos de sus parientes. Les dije que Carla era mi novia, estaba oscureciendo y la pareja como no nos conocía, en lugar de dejarnos dormir dentro de la casa, nos dijeron que durmiéramos en el patio con nuestras bolsas de dormir. No fueron tan amables como nos prometió Carla pero igual le agradecimos.

Era verano y hacía mucho calor. Nos acostamos arriba de las bolsas de dormir, sin taparnos. Estuvimos un rato charlando y luego nos dormimos. Por mi parte no por mucho tiempo. A la medianoche empecé a sentir ruidos y movimientos cerca de mí. Abro los ojos y veo un sapo saltando cerca de mi cara, me levanto sobresaltado y lo espanto. Se escondió debajo de una maceta. El piso estaba lleno de bichos y el sapo había salido a comerlos. Fernando dormía profundamente. Intenté dormirme pero no podía, escuchaba constantemente ruidos de grillos, ranas y demás animales que venían del campo que lindaba con el patio. Dormí de a ratos y como pude.

A las cinco de la mañana me despertó el ruido de unos cerditos caminando cerca de nosotros por el patio. Fernando también se despertó. No nos quedó otra opción que reírnos. Empezaba a despuntar el sol. Me levanté somnoliento y caminé hacia el campo para ver el amanecer.

 

Diego Gallotti

11/8/20


sábado, 29 de agosto de 2020

miércoles, 29 de julio de 2020

Federado


Tenía ocho años. Ya había pasado por las distintas categorías de “Enseñanza” y “Perfeccionamiento” de natación. Sólo restaba federarme y ser parte del “Cuerpo de Natación” del club. Un día mi hermano mayor que ya estaba federado me presentó a su profesor y le dijo que yo ya estaba listo para federarme. El profesor Ferrari me miró como estudiándome y dijo:
Habrá que ver. Tirate y hacé un largo de veinticinco metros por debajo del agua.
Nunca lo había hecho pero no me achiqué. Estábamos en la parte honda de la pileta. Así que me tiré y buceé hasta el fondo, luego seguí avanzando rozando los azulejos hacia la parte baja de la pileta. Cuando faltaban pocos metros tuve una extraña sensación, como una contracción en la panza y unas ganas terribles de salir a respirar. Pero no lo hice, no quería abandonar. No me lo perdonaría yo mismo. Así que aguanté la respiración y llegué exhausto al otro borde.
Salí por la escalera y fui caminando hasta la parte honda en donde estaban el profesor y los demás federados. Me paré al lado del profesor y me dijo:
Pensé que no lo ibas a hacer. Incluso lo hiciste yendo hasta el fondo y rozando el piso, increíble.
Desde ese día fui un nadador federado.

Diego Gallotti
25/7/20

sábado, 25 de julio de 2020

Flotar


Tenía cinco años. El profesor de natación había faltado y vino un suplente. Preguntó quienes sabían flotar y quienes no y nos separó en dos grupos. Yo no sabía flotar pero no quise ser menos que los demás. Por orgullo me puse en el grupo de los que sabían flotar. El profesor pidió a los que sabían flotar que se fueran tirando al agua desde el borde. Uno a uno se fueron tirando. Yo era el último, lo demoré todo lo que pude. Finalmente me tiré de pie. Sentí que la caída desde el borde hasta el agua era interminable. Por fin toqué el agua y me hundí salpicando. Era una sensación extraña estar sumergido en un medio tan blando, sin tener de donde sostenerme. Parecía que todo transcurría en cámara lenta. El agua me tapó la cabeza y por suerte el cuerpo fue subiendo solo hacia la superficie. Instintivamente saqué la cabeza fuera del agua y comencé a mover los brazos y las piernas como lo hace un perro. Así aprendí a nadar.

Diego Gallotti
24/7/20

jueves, 11 de junio de 2020

Una buena ley

El etnólogo Wolfgang Ventura se encontraba en su décimo viaje de estudios por la Amazonia. Por circunstancias fortuitas se vió perdido en medio de la selva.
Agotado se recostó sobre un árbol. Al rato estaba rodeado de hombres armados con arcos, flechas y lanzas. Muerto de miedo les obsequio una barra de chocolate. Lo llevaron hasta una aldea. Toda la tribu se alborotó. Gracias al conocimiento que tenía de las distintas lenguas de la zona pudo  comunicarse rudimentariamente. El pueblo nunca había tenido contacto con la civilización y existían conflictos entre diferentes familias. Cuando el jefe de la tribu vio a Wolfgang dijo que él era el “Legislador”. Según antiguas creencias, un día  llegaría a la tribu un “Legislador” que pondría fin a las rencillas internas. Wolfgang aclaró que no sabía nada de leyes, que él era experto en etnias. Los nativos parecieron enojarse, entonces les dijo que esperaran unos días, que iba a pensar en algo. Esa noche pasó mucho tiempo desvelado, pensaba en que propuesta legislativa realizar. Al otro día se levantó más tranquilo y con algunas ideas. Le dijo al jefe que se dirigiría a lo alto de una loma para meditar sobre la ley. El jefe aceptó gustoso pero por las dudas designó a un guardia para que lo vigilara.
Wolfgang se inspiró en el libro de los libros que a su vez tenía la ley de las leyes, los diez mandamientos. Se le ocurrió que podía escribir algunas reglas de convivencia para disminuir los conflictos internos.
Escribió sobre un pedazo de corteza de árbol diez simples reglas de convivencia y las llamó “la ley”.
Luego pensó que una ley no es ley sino tiene sanciones. Así que escribió también tres posibles sanciones, el encierro, el destierro y la muerte según la gravedad del delito. Luego pensó que para las sentencias deberían encontrar un juez lo más imparcial posible. Recordó que en una tribu africana tenían por costumbre elegir como juez a un adolescente. Quizás porque en esa etapa de la vida las personas son más idealistas, aún no han tenido tiempo de corromperse. O quizás porque al estar afianzando su personalidad desafían a la autoridad con lo cual es más difícil que sean cómplices de esta.
Concluidas sus meditaciones, convocó a la tribu hacia la colina. Se lo veía esplendido parado en la cima con su pelo y barba crecidos. Con una mano se apoyaba sobre un bastón y con la otra sostenía en lo alto la tabla de madera, de esa manera anunció las leyes.
La tribu entera lo escuchó con atención y veneración. Por varios días no hubo conflictos en la tribu y Wolfgang pensó que era el momento propicio para escapar.

jueves, 4 de junio de 2020

Amamantando

Me dieron a mi bebé a la hora de haberlo parido, lo sostuve en brazos y lo acerqué a mi pecho. Mi corazón se aceleró, sentía ganas de llorar y reír a la vez. Tenía muchas expectativas y estaba deslumbrada, emocionada, iluminada. Sentía un cosquilleo en la panza y en los pechos hinchados. Enrique enseguida olió mi pecho izquierdo y acercó su boca. Se prendió al pezón y empezó a mamar con fuerza, casi desesperadamente, glotonamente. Me dolió un poco el pezón e intenté correrlo pero el comenzó a succionar con más fuerza. Lo dejé hacer, era parte de la vida. Aún parecía ser parte de mí, como hacía un rato cuando todavía estaba unido a mi placenta. Con sus ojos buscó mis ojos y sonreí. El pareció sonreír con los ojos también. Me sentía cansada, muy cansada. Estuvo unos veinte minutos mamando y luego se durmió con una calma luminosa. Yo también me dormí.




Microrrelato

El microrrelato o microficción es un género literario que prioriza la esencia, la concisión, y la precisión para estimular y turbar la imaginación del lector.




martes, 12 de mayo de 2020

Abecedario pictórico


Abelardo bocetó cálidos dibujos. Eran figuras grandiosas, había iguanas, jirafas, kiwis, lobos, marsopas, nutrias, ñandúes, osos, puercos, quitones, ranas, sapos, toros, urracas, vacas, wallabys, xilófonos y zorros.

sábado, 9 de mayo de 2020

Oblongo

Yo lo conozco a Orozco. Hoy por hoy, no lo voto. Oró sólo por oro. Compró hongos, oyó oblongo. Compró mondongo, oyó orondo. Loco, hosco, tonto, tosco. Probó locro, pochoclo, ron, oporto. Tomó porongo con ocho monos grosos. Sobó lomos, ortos, poros, chotos. Robó porotos, choclos, rollos. Tocó rock, notó blogs, compró blocks. Copó  motos, hornos, chongos. Homologó pollos con otros mozos. Corroboró tomos, logos, octógonos. Tocó rombos, godos, proctólogos. Colocó motor, color, sopor. Soportó bobos, tontos, zonzos. Convocó montos, troskos, locos. Doró plomo, cromo, bromo. Montó osos, potros, toros. Soñó cómodo con zorros, lobos, morros. Sopló mocos, globos, zocotrocos. Tocó toc toc, bombo, bongo. Trocó ponchos rojos por pomos rococó. Botó moros, bolos, bollos. Sonó odontólogos, mongos, doctos. Mojó corchos, copos, orcos. Ojo con Moncho.

Fe


¡René que pebete! ¿Qué te crees? ¿Qué querés? Tené fe, mequetrefe. Ser endeble y tembleque. Arremeté, metete. Sé.

Hada

Amanda cantaba baladas, alabanzas. Mas andaba rara. Nadaba blanda, alada. Tallaba ramas, palmas. La amaba.

viernes, 8 de mayo de 2020

Cadáver exquisito


Conexión a distancia
Entonces el perro la vio, lo pensó y decidió no ladrar
Alegría a distancia
¿Será que le recordaba a alguien?
Se cierra la perfección
Si, definitivamente, la vio el otro día en la plaza con una bella caniche

Julia Carriego y Diego Gallotti
1/5/2020

lunes, 27 de abril de 2020

Sueño


Pedro soñó que transmutaba en mariposa.
Al día siguiente se sintió más liviano y podía oler las flores a kilómetros de distancia.

Credo


En el pueblo de Farfalla tenían la creencia de que al morir transmutaban en mariposas.
Un día dejaron de creer y no hubo más mariposas.

Inconformista


La oruga se transformó en crisálida y extrañó caminar. La crisálida se transformó en mariposa y extrañó el calor del capullo. El huevo se transformó en oruga y extrañó la simpleza.

martes, 14 de abril de 2020

La vaca loca


Año 2025. Un virus infectó a las vacas del pueblo de Alumni, en Sudamérica. Sus conexiones neuronales se desarrollaron y potenciaron hasta hacerlas superinteligentes.
Se rebelaron y dejaron de darles leche a los tamberos. Mumú, la vaca líder, solicitó a las autoridades que les brindaran educación. Ellas también tenían derechos.
Se armó revuelo en todo el pueblo. Los funcionarios pusieron el grito en el cielo. ¡¿Pero cómo que las vacas ahora quieren estudiar?! Eso es imposible.
Mumú, apodada “la vaca loca” los desafió. Propuso que le hicieran un examen de ingreso y que si lo aprobaba ella y sus compañeras irían a la escuela.
El intendente, astutamente le dijo que sí. Que en una semana le tomarían el examen.
Al otro día el intendente y sus funcionarios idearon un plan. Contrataron a los mejores expertos para que hicieran el examen más difícil que nunca se haya hecho.
Mumú, estudiaba dieciséis horas por día. Sus compañeras le conseguían libros y ella los leía en pocos minutos. Le tomaban examen luego de terminar cada libro y ella respondía correctamente sin titubear.
El día del examen, los profesores con aire de suficiencia le entregaron cien preguntas, las cuales tenía que responder en dos horas.
Mumú las leyó y en una hora y media había respondido todas las preguntas correctamente.
Los profesores y los funcionarios quedaron mudos.
Mumú y sus amigas saltaron de alegría. Por fin, podrían estudiar.

viernes, 10 de abril de 2020

Autobiografía


Nací en el planeta Tierra. Muy cerca del polo sur. Dónde se angosta un continente.
A los dos años inventé un idioma pero pronto me “educaron” y empecé a comunicarme en el idioma castellano y mediante gestos.
De niño me gustaba mucho pintar, esa fue otra manera de comunicarme y expresarme.
A los cinco años aprendí a nadar y a los ocho años comencé a competir como federado. Hoy sigue siendo una de mis pasiones.
Ingresé a la escuela y luego al colegio. En el colegio empecé a escribir cuentos y a dibujarme la ropa.
Estudié biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la U.B.A. Me gradué y luego me doctoré. Fui amado y amante.
En la facultad participé de talleres de dibujo y pintura y talleres literarios. Dejé transitoriamente las competencias de natación. Aprendí a bucear.
Quise cambiar la facultad y la universidad. Se transformó en una pasión. Logré algunos cambios y también cambié yo.
Viajé cuatro veces en barco a la Antártida para realizar investigaciones sobre el krill antártico. Las cuatro veces volví a tierra. Me casé y me divorcié.
Hace diecisiete años comencé a pintar y escribir de manera autodidacta. Luego comencé a concurrir a talleres. Hoy en día son otras de mis pasiones.
Hace once años volví a participar de competencias de natación. Me encanta.
Hoy en día me siento bien. Disfruto de la vida, amo el arte y a la gente que me rodea.

Diego Gallotti
9/4/20

jueves, 9 de abril de 2020

Caperucita enrojecida


Caperucita hace tiempo que le había echado el ojo a un leñador velludo y con una barba bien tupida y recortada.
Un día salió decidida a llamarle la atención. Se puso su mejor vestido rojo, tomó una canasta y se fue a recolectar frutos al bosque. Pasó cerca del leñador y lo miró de reojo.
Leñador: ¡Buen día señorita!
Caperucita: ¡Buen día, señor!
L: ¿Vive por acá cerca?
C: Si, detrás de aquella colina.
L: Ah, no la había visto antes. ¿Y cómo se llama?
C: Caperucita.
L: Lindo nombre.
C: ¿Y el suyo?
L: Roberto, pero me dicen Lobo.
C: ¡Cuánto pelo que tiene Sr. Lobo! Caperucita le acarició el vello del pecho.
L: Si, es para abrigarte mejor.
C: ¡Y qué manos más grandes que tiene!
L: ¡Si, son para agarrarte mejor! El Lobo la tomó de la cintura.
C: ¡Que boca más grande que tiene!
L: Si, es para besarte mejor.
Ambos se dieron un beso tan profundo y prolongado que se pusieron rojos como el vestido de Caperucita.

miércoles, 8 de abril de 2020

Caperucita empoderada


Caperucita salió a recolectar hongos y frutos por el bosque. Se agachaba a recolectar un hongo aquí, un hongo allá, se estiraba para alcanzar una avellana aquí, una nuez allá.
Un lobo la espiaba escondido detrás de los arbustos. De pronto Caperucita, dio la vuelta a un árbol para recoger un hongo y se topó con el lobo.
Caperucita: ¡Ay que susto!
Lobo: No me tengas miedo, soy un lobo bueno.
C: No te tengo miedo, es sólo que apareciste de pronto. ¿No me estarías siguiendo no?
L: Si, como no seguir a una bella chica como vos.
C: Prefiero que me hablen de frente y no que me espíen.
L: No te hagas la difícil. Bien que te gusta andar provocando con ese vestidito rojo tan apretado y cortito.
C: Yo no provoco a nadie. Es mi vestido preferido, me lo regaló mi abuela. ¡Porque no te vas a espiar a tu vecino lobo pajero!
Caperucita le dio una patada en los testículos al lobo, salió corriendo y lo dejó retorciéndose de dolor en el piso.

martes, 7 de abril de 2020

Caperucita mágica


Berta vivía con su nieta Anahí en la selva misionera. Vivían de la recolección de frutos y la horticultura. Con el avance del cultivo de la soja y la tala de árboles se les hacía cada vez más difícil la subsistencia.
Berta sentía que cada vez estaba más vieja y no podía ayudar a Anahí como quisiera. Decidió que era momento para que Anahí usara la capa mágica. Una noche luego de cenar, abrió un baúl, sacó la capa roja y le dijo:
- Anahí, es momento de que empieces a usar la capa roja. Yo ya estoy bastante anciana y vos ya no sos tan niña.
Anahí la miró turbada pero aceptó la propuesta. La capa estaba reluciente como el primer día en que la había usado su abuela. Anahí se enamoró de la capa. Esa misma noche durmió con la capa puesta.
Al otro día se levantó llena de energía y salió a recolectar frutos, hojas y hongos por el bosque. De pronto vió a un aguará guazú y lo saludó. Hacía mucho que no veía a uno.
Anahí: ¿Aguará que hacés por acá, tan cerca del poblado? ¿Por qué estás tan triste?
Aguará: Me veo obligado a buscar comida cada vez más cerca del poblado porque ya no queda mucha por el bosque. Necesito comida para mis crías.
Anahí: Vení a la cabaña. Y te convidamos algo de comida. La abuela está cocinando un puchero.
Aguará: ¿Segura que no es una trampa? Los “humanos” son muy mentirosos…
Anahí: ¿No sentís el olor?
Aguará: Si, lo siento. Está bien, voy a ir pero caminando detrás tuyo.
Cuando llegaron la Abuela sorprendida dijo: Pero que hermoso aguará, hace mucho que no se ven por acá. Se ve que ya estuviste haciendo magia. Y los tres comieron felices.

sábado, 21 de marzo de 2020

Frase de Lewis Thomas


…”La biosfera es una entidad con unidad propia, un inmenso sistema vivo e integrado, un organismo.”…

En el libro “Microcosmos” de Lynn Margulis y Dorion Sagan

viernes, 3 de enero de 2020

Mi infancia en F. Varela N° 11


Era un domingo caluroso de verano, con mis hermanos escuchamos pasar por la cuadra al camioncito con megáfono del vendedor de sandías. El cantito era inconfundible, sonaba metálico, vibrante, como entrecortado. Se escuchaba distorsionado y dulce a la vez. Vendía baratas las "sandias". Insistimos a nuestros padres para que compraran una. Al rato estábamos en la mesa devorando grandes porciones de sandía jugosa y fresca. Una vez saciados, comenzamos a escupir las semillas y dejamos todo enchastrado.

Diego Gallotti

3/1/20