Llegamos a la ciudad de Encarnación muy de noche y no
encontramos hospedaje. Decidimos pasar la noche en una plaza y buscar un hotel
a la mañana. Hacía calor así que usamos las bolsas de dormir sólo de
colchoneta. Las extendimos en dos bancos y nos recostamos. Estuvimos charlando
un rato y de pronto nos sobresaltó un estruendoso ruido en la calle desierta.
Miramos alrededor pero no vimos nada. La noche estaba muy oscura, cerrada. El
ruido se oía cada vez más cercano. De golpe un caballo blanco irrumpió al
galope por la calle asfaltada. Parecía desbocado, enojado. Iba sin jinete,
fantasmal, resplandeciente. Se alejó relinchando brioso y luminoso, como en un
sueño. El ruido estrepitoso de los cascos contra el asfalto se escuchó por unos
minutos más, hasta ser sólo un murmullo.
Diego Gallotti
12/9/20
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