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jueves, 10 de septiembre de 2020

Bar

 

Llegamos en micro al pueblo de Rojas. Mi novia nos había prevenido de que tuviéramos cuidado ya que era un pueblo de cuchilleros. Nos contó que su abuelo había sido como el patriarca del pueblo y había tenido un montón de hijos, matrimoniales y extramatrimoniales. Nos enseñó a Fernando y a mí algunas malas palabras en guaraní para que las identificáramos por las dudas. Añamemby es el equivalente al “Hijo de puta” nuestro, aunque la traducción literal es “Hijo del Diablo”. Caminamos desde la terminal de micros por un sendero de tierra hacia el centro. Estábamos rodeados de campo y más campo. Luego de un trecho vimos una parada de colectivo con la propaganda de una radio popular. Hacía muchísimo calor. Cuando llegábamos a lo que parecía ser una plaza vimos a un señor subido a una carreta tirada por caballos. Tenía la carreta llena de verduras y en la cabeza se había puesto unas hojas grandes y verdes para protegerse del sol. Fernando decidió sacarle una foto. El señor sonrió. Le preguntamos por los parientes de Carla, mi novia. No nos entendió. A media cuadra vimos lo que parecía ser una posada semiderruida, decidimos ir a tomar algún refresco. Nos sentamos en una mesa desvencijada y gastada por el tiempo. Había un viejo sentado en un rincón que miraba para nuestro lado. Le preguntamos si nos podía servir alguna gaseosa fría. No nos respondió, tenía la mirada perdida. Llamamos en voz alta por alguien que nos atendiera. Nadie venía. Nos entretuvimos un rato largo mirando como las palomas sobre una viga del techo hacían un ritual de poder, una lucha por conservar su posición en la madera. La más fuerte y rozagante se ubicaba en el centro del listón, las de los costados trataban de acercarse al centro y eventualmente quitarle su lugar pero enseguida la paloma más grande las ahuyentaba. Cada tanto había algún cambio de posición  entre las que estaban más alejadas del centro. Finalmente llegó el mesero.

 

Diego Gallotti

10/9/20

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