Tenía cinco
años. El profesor de natación había faltado y vino un suplente. Preguntó
quienes sabían flotar y quienes no y nos separó en dos grupos. Yo no sabía
flotar pero no quise ser menos que los demás. Por orgullo me puse en el grupo
de los que sabían flotar. El profesor pidió a los que sabían flotar que se
fueran tirando al agua desde el borde. Uno a uno se fueron tirando. Yo era el
último, lo demoré todo lo que pude. Finalmente me tiré de pie. Sentí que la
caída desde el borde hasta el agua era interminable. Por fin toqué el agua y me
hundí salpicando. Era una sensación extraña estar sumergido en un medio tan
blando, sin tener de donde sostenerme. Parecía que todo transcurría en cámara
lenta. El agua me tapó la cabeza y por suerte el cuerpo fue subiendo solo hacia
la superficie. Instintivamente saqué la cabeza fuera del agua y comencé a mover
los brazos y las piernas como lo hace un perro. Así aprendí a nadar.
Diego
Gallotti
24/7/20
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