Translate

martes, 26 de noviembre de 2019

Mi infancia en Varela Nº 10


Tenía siete años y recientemente había muerto mi tío. Fue la primera muerte de un familiar cercano que ocurrió en mi vida. Desde que me anunciaron su muerte escuché todo tipo de teorías, ideas y explicaciones acerca de la muerte por parte de mis familiares. Desde que el tío se había ido al cielo, hasta que desde el cielo me iba a estar observando y vigilando que me portara bien.
Un domingo a la tarde volvíamos caminando desde la quinta de mis abuelos hasta la estación de tren. Mis padres y mis hermanos iban adelante y yo me había retrasado un poco. De pronto en una esquina apareció una camioneta que venía a bastante velocidad, todos nos apresuramos a cruzar pero yo iba último y la camioneta tuvo que frenar para no atropellarme.
Las siguientes cuadras fui pensando que quizás la camioneta no había frenado y yo había muerto. Que tal vez yo seguía caminando y pensando como ocurre en un sueño. Que tal vez la muerte consiste en eso, en seguir discurriendo como en un sueño.

Diego Gallotti
26/11/19

domingo, 24 de noviembre de 2019

Mi infancia en F. Varela Nº 9


Con mis hermanos nos trepamos al níspero que estaba en la quinta de mi abuelo y nos hicimos una panzada. El árbol estaba lleno de frutos maduros y sabrosos. Me llamaba poderosamente la atención que un fruto tan pequeño tuviera una semilla tan grande. La semilla era brillante y poseía un color hermoso, dorado con vetas marrones. Luego del festín bajamos del árbol y correteamos toda la tarde por el jardín. En un momento, ya cansado me recosté sobre el pasto cerca de un arbusto. Uauuu, que aroma increíble emanaba de esa planta. No podía creer lo que olía y no podía dejar de aspirar su esencia. Relajado, realicé grandes y prolongadas inspiraciones y espiraciones. No podía despegarme de ese fragante y generoso arbusto. Quedé extasiado por un largo rato inflando e inflamando mis pulmones y mi olfato con su fragancia. Luego le pregunté a mi madre sobre la planta y me respondió  risueña que era orégano.

Diego Gallotti
24/11/19

sábado, 16 de noviembre de 2019

Infancia en Varela Nº 8


Era la hora de la siesta, con mi hermano aprovechamos para salir a jugar. En un momento me separé y caminé hacia un descampado. Una vez ahí observé los arbustos y divisé un escarabajo toro. Era hermoso, más que un toro me parecía un rinoceronte en miniatura. Tenía algo de prehistórico.  Tomé un palito y lo interpuse en su camino, el lo esquivó y siguió con su rumbo.  Lo tomé entre mis dedos índice y pulgar por los flancos, lo observé de cerca, movía su cuerno con forma de pinza y sus patas para tratar de zafarse. Tenía bastante fuerza y las espinas de sus patas comenzaban a pincharme los dedos. Lo ubiqué en dirección contraria hacia donde iba, pero el pegó media vuelta y siguió obstinado con su rumbo original.
Comencé a preguntarme que sería lo que provocaba que quisiese ir en esa dirección y no en otra. ¿Cómo sabía hacia donde quería ir? ¿Pensarían los escarabajos? ¿De qué manera? ¿Cuales serian sus pensamientos o deseos? ¿Porque iba para allá? No lo interrumpí más.

Diego Gallotti
16/11/19

viernes, 15 de noviembre de 2019

Infancia en F. Varela N° 7

La voz se había corrido por el barrio. En la casa de Carmen, que vivía con sus padres a lado de la nuestra habían visto una víbora en el jardín. Toda su familia estaba reunida en el patio. El padre y su tío estaban munidos de palas tratando de encontrar a la víbora que se había escondido bajo la tierra. Habían cavado una zanja como de tres metros junto a la pared medianera y aún no la encontraban. Mis hermanos y yo nos subimos a la medianera y mirábamos asombrados. Mis padres, mis abuelos y mi tío alcanzaban a ver el jardín sin necesidad de subirse a la pared.
La búsqueda se había transformado en todo un espectáculo para el vecindario.
El padre de Carmen protestaba porque no la podían encontrar. La habían visto un par de veces meterse en la cueva y desaparecer. Tenía que estar ahí, en algún lado. Tenían miedo de que fuera venenosa.
El tío de Carmen, cavo unos centímetros más y por fin vio la cola. ¡Acá está,  acá está!, gritó triunfante. Se apuró a seguir cavando y finalmente la capturaron. Medía como un metro de largo o más y era marrón. El jardín quedó destrozado.

Diego Gallotti

15/11/19

lunes, 11 de noviembre de 2019

Infancia en F. Varela N° 6

Claudio apareció  a la noche en la puerta de nuestra casa con un frasco de vidrio y dijo: ¡Miren cuantas luciérnagas hay esta noche, armemos un farol! ¿Un farol? Preguntamos extrañados mis hermanos y yo.  Si, juntemos varias y las ponemos dentro del frasco, van a ver que ilumina como una linterna. Daniela, Aldo, Claudio y yo nos pusimos a buscar luciérnagas.  Atrapamos unas cinco y vimos maravillados como se les encendía el abdomen en nuestras manos. Despedían una asombrosa fluorescencia amarillo verdosa que nos dejó boquiabiertos. Las metimos de a una en el frasco. La noche se hizo más oscura y mágicamente pudimos ver como el frasco se convirtió en un farol intermitente.

Diego Gallotti
11/11/19

sábado, 9 de noviembre de 2019

Recuerdos de infancia en F. Varela Nº 5

Esa vez no salimos a andar en bici, ni a jugar al fútbol, ni a nadar al arroyo. Se formaron dos bandos, de un lado Rulo, Pipo y dos más y del otro Claudio, mi hermano Aldo, yo y dos más. La banda de Rulo comenzó a tirarnos pedazos de tierra seca mezclada con piedras y raíces de plantas que arrancaban del borde de la calle de tierra. Nosotros atinamos a escondernos detrás de unos pajonales y a su vez arrancábamos con las manos cascotes de tierra seca y le devolvíamos los proyectiles. Estuvimos varios minutos lanzándonos misiles aéreos. Algunos tomaban mucha altura y trazaban una parábola perfecta en el aire. Hubo dos que logré esquivar a último momento y me cayeron al lado de la rodilla derecha. Empezó a darme miedo, el juego se había puesto violento. De pronto se escuchó un grito y Rulo salió de atrás de un arbusto llorando y con su melena rubia ensangrentada. Terminamos el juego.


Diego Gallotti
3/3/19

                                                                                                                             

Infancia en F. Varela Nº 4


Estábamos mi hermano y yo en el zaguán de la casa de Claudio. Claudio nos llamaba “los porteños” porque efectivamente vivíamos en la Capital Federal y sólo íbamos los fines de semana a Florencio Varela a visitar a mis abuelos.
A Claudio le encantaba relatar anécdotas. Claudio y mi hermano tendrían unos trece años y yo aproximadamente once.
Esa vez Claudio nos relató episodios sexuales. Nos contó que así como los hombres eyaculábamos, las mujeres cuando menstruaban podían emitir un chorro de sangre y que por eso usaban tampones. Que una vez Carina cuando estaban en la pileta del club se olvidó de ponerse un tampón y el vió como le salió un chorro de sangre como de un metro de largo.
Yo escuchaba asombrado sobre un mundo que me era casi desconocido.
También nos contó que una vez Rulo se hizo tocar la pija por Guillermo hasta eyacular un chorro de guasca como de dos metros y luego se lo llevó al cañaveral que está al fondo del baldío y lo penetró. Fuimos hasta el cañaveral y efectivamente detrás de unas hileras de cañas habían acondicionado un colchón hecho con hojas de las mismas cañas.
Diego Gallotti
4/3/19

Infancia en Florencio Varela Nº 3


Ese día pude ver de cerca a Francisco. Tenía dos grandes ojos verde-amarillos con pupilas negras horizontales. Boqueaba húmedo, respiraba y me miraba tranquilo. Lo observé unos minutos en la cueva, por la oscuridad sólo podía ver la mitad de su cuerpo. Comprobé que efectivamente le faltaba una pata. Según mi abuelo lo había atropellado un auto en la calle y él lo rescató.

Diego Gallotti
2/3/19

Microrelato de F. Varela Nº 2


Uno de mis juegos preferidos cuando llegaba a la quinta de mis abuelos era levantar un par de baldosas que estaban en el jardín. Debajo de ellas había todo un mundo. Levantaba una y por debajo salían escurriéndose ciempiés, tijeretas, bichos bolita, hormigas, arañas, babosas, lombrices y demás animalitos. No podía creer que debajo de una baldosa existiera toda una comunidad, con sus ocupaciones, necesidades, miedos y deseos. ¿Cómo convivían? ¿Cómo se comunicaban? ¿Qué los movía?

Diego Gallotti
2/4/19

viernes, 8 de noviembre de 2019

Microrelato de Florencio Varela Nº 1


A mi hermano y a su amigo Eduardo les habían encargado en la escuela buscar animales para la clase de Ciencias Naturales.
Decidimos hacer una excursión al arroyo. Fuimos con frascos de vidrio para guardar los animales que atrapáramos. Cada uno llevó un palo que nos servía tanto de bastón como de espada imaginaria alternativamente, sintiéndonos exploradores.
Durante el camino vimos volando panaderos y baba del diablo. Cerca del arroyo vimos langostas, arañas y hormigas. De pronto veo en una cavidad cerca de una piedra a una víbora enrollada. Les aviso: ¡Miren, miren, una víbora! Todos quedamos boquiabiertos. Comenzamos a movernos lentamente y a diagramar estrategias para atraparla. Acerqué muy lentamente el frasco, tan lentamente que no se podía percibir bien cuánto había cambiado la distancia de un momento a otro tanto para mí como para la víbora. Lo acercaba parsimonioso, lo dejaba quieto unos instantes y luego lo acercaba de nuevo unos milímetros. El tiempo y el espacio se hacían imperceptibles. La víbora parecía hipnotizada. La boca del frasco cada vez estaba más cerca de la boca de la víbora. Esta miraba curiosa el interior del frasco y cada tanto sacaba su lengua bífida para estudiar el ambiente. Una vez que puso la cabeza a la entrada del frasco, con la ayuda de un palo la empujé desde atrás. La víbora se fue metiendo de a poco. Cuando tenía ya gran parte del cuerpo adentro la empujé con el palo, giré el frasco hacia arriba y la víbora se enroscó en el fondo. Tomé la tapa del frasco y lo cerré rápidamente. Era hermosa. En la escuela nos dijeron que era una yarará.

Diego Gallotti
29/3/19

Víctima de felicidad

  "Cuando el poeta duerme, entre poema y poema, comienza el sueño del lector, que construye una historia entrelazando oníricame...