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miércoles, 20 de junio de 2018

Acción final


Alejandro Fenis tenía setenta y un años, se sentía bien y fuerte. Toda su vida había sido una persona saludable y había practicado deportes. Pero muy a su pesar, recientemente le habían descubierto un cáncer terminal.
            La noticia lo mantuvo en shock durante varios días. No lo podía creer, no lo quería creer. Quedó totalmente consternado, conmocionado, ido. Dormía mal, con  pesadillas. Amanecía contracturado, como si le hubiera pasado un camión por encima.
            Un día amaneció mejor, recordando una serie de preguntas que se había formulado siendo adolescente. Recordó que cuando tenía aproximadamente quince años comenzó a cuestionar y a cuestionarse todo. Algunas cosas que se cuestionó estaban relacionadas con lo preestablecido socialmente. Por ejemplo los diez mandamientos.
            En aquel entonces, reflexionó sobre el mandamiento de "No robarás" y le pareció que socialmente era recomendable. Meditó sobre el de "No mentir" y le pareció que también era recomendable no mentir, aunque había mentiras y mentiras. Había mentiras peligrosas y otras casi sin importancia.
            También reflexionó sobre el de "No matarás" y le pareció que también era lo más recomendable para garantizar un mínimo de paz social.
            Acto seguido pensó que tal vez debía experimentar cada acción que los diez mandamientos prohibían para conocer mejor sus implicancias y derivaciones.
            La acción de robar ya la había experimentado de chiquito cuando hurtó un juguete en el jardín de infantes. La de mentir ya la había experimentado, había mentido algunas veces.
            Se dio cuenta que la de matar era la más peligrosa y oscura. Pensó que de consumarla, lo mejor sería esperar a estar muy viejo y ya no tener nada que perder si lo atrapaban. Y que lo mejor sería matar a alguien desconocido, para que sea más difícil descubrirlo, ya que no tendría ningún móvil que lo uniera con el asesinado. Por ejemplo podría matar a un linyera, al que nadie reclamaría y a quien no podrían relacionarlo con él.
            Estaba recordando estos pensamientos cuando se dio cuenta que matar a un pordiosero no tenía sentido, no quería matar a un pobre hombre que nada le había hecho. Tal vez lo mejor sería elegir a alguien que realmente le haya hecho un mal a la sociedad. Por ejemplo un político, un presidente. Pero habría que elegir a qué presidente. ¿Al de su propio país? ¿O buscar al presidente que haya hecho el mayor daño a la humanidad? Además matar a un presidente con toda la custodia que suelen tener, no sería nada fácil. ¿Realmente son los presidentes los que más daño hacen? ¿O quizás son algunos empresarios? ¿O los grandes especuladores financieros que pueden hacer entrar en crisis a un país? Habría que elegir bien. ¿Cuáles son las empresas que hacen más daño? ¿Las que fabrican agrotóxicos? ¿Las que contaminan el aire, el suelo, los alimentos y el agua? ¿Las multinacionales de medicamentos? ¿Las que fabrican armas? ¿Las que explotan carbón? ¡Cuánta gente dañina nos rodea! Qué difícil decisión. ¿Estos empresarios e inversionistas tendrían menos custodia que los presidentes?
            Durante varios días estuvo investigando sobre el tema. Finalmente llegó a la conclusión que lo mejor sería matar al mayor fabricante de agroquímicos del país, uno de los mayores responsables de dañar la salud de muchos niños y adultos en grandes zonas agropecuarias.
            Esta idea lo hizo revitalizar. Ya no dormía mal y sentía que tenía un último proyecto para cumplir. Comenzó a planificar concienzudamente cada paso a seguir.
            La verdad es que la típica boludez de hacer una lista de cosas que no había hecho en la vida, como tirarse en paracaídas y otras huevadas que solían aparecer en las películas le parecía una ridiculez. Además el ya había hecho un montón de cosas en su vida, le quedaban muy pocas por hacer. Había viajado por los cinco continentes, había volado en parapente, escalado, esquiado, buceado, etc. Además el asesinar a un empresario despiadado y sin escrúpulos también era algo que nunca había hecho.
            Una vez cometido el crimen, lo mejor sería dejar una carta sobre el difunto detallando los motivos humanitarios y ambientales de su acción comunitaria. Quería que su crimen sirviera para que empresarios, políticos y terratenientes revieran sus políticas contaminantes y dañinas. Si no lo atrapaban podría seguir escarmentando a fumigadores de pesticidas, empresarios, políticos y latifundistas y si lo agarraban, estaría preso sólo por unos meses que era lo que le restaba de vida.
            Una de las razones por la que había elegido como blanco a un fabricante de agrotóxicos es que él era Ingeniero agrónomo y tenía los contactos para acercarse fácilmente. Toda su vida se había dedicado a la docencia en la Universidad Nacional de Rosario. Si bien en sus materias siempre había promovido una mirada hacia la agricultura orgánica, ecológica y sostenible, tenía algunos contactos con el mundo agro-empresarial.
            Se enteró que próximamente en la ciudad de Junín, en la Provincia de Buenos Aires, se iba a realizar un encuentro donde iban a asistir empresarios rurales, políticos, académicos e integrantes del sindicato de peones de campo. El dueño de la empresa RuralMax al que se puso como objetivo matar, iba a estar presente. Se inscribió por internet en el evento rural, asistiría como miembro de la Fundación de la Facultad de Agronomía de Rosario.
            Preparó y limpió el revólver calibre 38 que guardaba en su casa por seguridad. Fue a practicar al polígono de tiro porque hace un par de años que no practicaba. Y se preparó psicológicamente para la ocasión. Al día siguiente partiría hacia Junín y antes de acostarse visualizó el plan a seguir una vez más.
            A la mañana se despertó algo nervioso. La adrenalina le corría por todo el cuerpo. Iba a cometer un acto muy peligroso y temerario pero tenía la seguridad de aquel que no tiene nada que perder.
            Puso el arma en un bolso, se subió al micro y partió hacia Junín. Durante el viaje se sintió bastante relajado. Se puso los audífonos y escuchó música, luego visualizó en su mente por enésima vez los pasos a seguir ni bien llegara al congreso rural.
            Luego de unas horas de viaje llegó a Junín y se dirigió al meeting. Estaba lleno de gente. Se acreditó. Pronto pudo reconocer a algunos ex colegas de la Facultad y a antiguos alumnos. Varios vinieron a saludarlo afectuosamente. Se quedó charlando especialmente con Alberto a quien lo sabía cercano a Martín Arsenio, el presidente de RuralMax. Le preguntó si lo conocía a Arsenio porque quería consultarle algunas cuestiones, Alberto amablemente le ofreció presentárselo. Se acercaron los dos al dueño de RuralMax. Este estaba rodeado de otras dos personas con las que estaba charlando. Alberto los presentó. Acto seguido, Alejandro desenfundó su arma que tenía debajo del saco y sin chistar le disparó dos tiros en el pecho a Arsenio. Este cayó al piso. Uno de los que lo rodeaba salió corriendo, el otro quedó en shock, Alberto comenzó a gritar llamando a un médico y se agachó para tratar de asistir al empresario herido de muerte. Dos patovicas de seguridad se abalanzaron sobre Alejandro. Al primero pudo propinarle una piña pero el segundo le sacó el arma y lo inmovilizó con una llave de judo.
            Enseguida cayó la policía, tomaron declaraciones a distintos testigos y se llevaron a Alejandro a la comisaría. Lo dejaron varias horas en el calabozo y luego el comisario quiso hablar con él. Le preguntó si se declaraba culpable. Alejandro le respondió que sí. El comisario le preguntó las razones. Alejandro se las dijo y además le dio la carta que pensaba dejar sobre el cadáver pero que no pudo hacer por culpa de los patovicas. Le asignaron un abogado para la defensa. Esa noche durmió en el calabozo. Al día siguiente gracias a la gestión de su abogado, su edad y estado de salud lo trasladaron a su casa donde debía esperar el juicio.
Los medios de comunicación comenzaron a llamarlo y a hacerle entrevistas. Alejandro comenzó a hacer declaraciones en las radios, en la televisión y en los medios gráficos. En pocos días se hizo famoso. El exponía sus argumentos con tal convicción y serenidad que cautivaba a una gran cantidad de televidentes. Empezó a decir que quería inaugurar una nueva moral. Comenzó a preguntar a sus entrevistadores y al público: ¿Quién hace más daño, un asesino, una crisis económica, una jugada en la bolsa, una quiebra o una intoxicación por derrames fluviales? Alejandro creía que estas cuestiones pueden enfermar mucha gente, inducir suicidios y desorganizar más gravemente el cuerpo social que un homicidio y por lo tanto debían ser penadas por la ley más fuertemente que un homicidio. El creía que había cometido un delito y que debía cumplir con la pena pero también estaba convencido de que se debía penar con la cadena perpetua o la pena de muerte según la legislación de cada país a los que diariamente enfermaban y mataban gente con sus acciones irresponsables. Estaba cansado de ver como muchos grandes monopolios u oligopolios ante cualquier denuncia por contaminación ambiental salían ilesos gracias a los grandes estudios jurídicos que contrataban y a alguna que otra multa  o soborno que pagaban. Las eventuales pérdidas por juicios ya estaban calculadas e incluidas en los precios de venta de sus productos.
Lentamente, Alejandro comenzó a levantar simpatías sobre sus dichos, no tanto sobre su acto claro está pero si por la nueva moral que pregonaba. Prontamente, el debate empezó a centrarse sobre los daños sanitarios y ambientales que producían algunas empresas, más que por su homicidio. Es más, algunos grupos religiosos menores lo tomaban de ejemplo. Algunas agrupaciones de izquierda lo reivindicaban. Otros grupos políticos más moderados lo censuraban pero a la vez comenzaron a hacer referencia sobre la política ambiental y sanitaria que Alejandro proclamaba, incluso sobre los interrogantes morales y jurídicos que planteaba.
A los pocos días Alejandro asistió a los Tribunales acompañado de su abogado. Para su sorpresa un grupo de manifestantes lo aclamaban a viva voz y con carteles sobre la escalinata. Lo habían apodado el “moralista”. Alejandro no dejaba de asombrarse pero al mismo tiempo comenzó a sentir que revivía, que rejuvenecía, sintió que este último proyecto de vida lo llenaba de esperanza. Sintió que estaba gestando un cambio cultural. Ya podía morir feliz.
Diego Gallotti
19/6/18

viernes, 27 de abril de 2018

Descentrados

Daniel llegó puntual a la cervecería. Luego cayó Federico.
Daniel: ¡¿Que hacés Fede?!
Fede: Bien, bien. Tranquilo. ¿Vos?
D: Bien, también. Gracias.
F: ¿Nos sentamos acá?
D: No, está muy en el centro. No me gusta el centro. Mejor en aquel rincón.
F: Bueh, dale. ¿Qué tenés con el centro? ¡Qué quisquilloso!
D: No, en realidad es toda una postura filosófica. Luego te explico.
F: Uh, cagamos.
D: Jaja, tranqui. Ahora te cuento. Es una teoría filosófica que estoy elaborando y que creo voy a denominar “Nulocentrismo”.
F: ¿Nuloqué?
D: Nulocentrismo. O sea, nada en el centro.
F: ¿Y eso? ¿Con qué se come?
D: Ahora te explico, pero antes pidamos unas cervezas.
F: Dale y una pizza.
D: No pizza, no. Porque son circulares y me remiten a un centro.
F: Ah bueno. Pero te estás obsesionando mal. ¿No será mucho?
D: No, es muy importante. Creo que hay que trabajar y ejercitarse diariamente para dejar de pensar en un cosmos centralizado.
F: Ah bueno, siempre estuviste medio loco. Pero últimamente estás para medicarte me parece…
D: Esperá que te explique y lo vas a entender.
F: A ver, dale. Contame un poco.
D: Bueno, yo creo que el hombre, la mujer, el ser humano, el homo sapiens digamos, tiende a tener una visión egocentrista del mundo.
Aha, dijo Federico mientras tomaba una pinta.
D: Por ejemplo recién en el siglo XVI con Copérnico se pudo romper con el geocentrismo. La idea de que nuestro planeta era el centro del sistema solar necesitó varios siglos para ser refutada.
F: Claro, siempre nos creemos el ombligo del mundo.
D: ¡Exacto! Ves como me vas entendiendo.
F: ¿Si, pero que tiene que ver esto con el Nulocentrismo?
D: Esperá, esperá. Bueno, luego en el siglo XIX Darwin con su teoría del origen de las especies logra sacar del centro de la diversidad biológica al homo sapiens. Es decir, que ya no somos un ser superior, separado y por encima del resto de los animales. Sino que somos una especie más, producto de la selección natural.
F: Claro, Darwin y Wallace.
D: Por supuesto, no hay que olvidarse de Wallace.
F: Ok, entonces vos lo que estás tratando de decir es que el pensamiento humano se encuentra limitado por su visión antropocéntrica del mundo.
D: Si, algo así digamos. Es decir que la humanidad ha debido luchar durante siglos contra esa tendencia ombliguista para poder llegar a descubrir algunas verdades. Siempre que se hace un gran descubrimiento tiene que ver con que logró despegarse de alguna visión antropocéntrica digamos. Algo así.
Ahhh, balbuceó Federico mientras comía unos maníes.
D: Por eso es importante ejercitarse diariamente para no caer en la tentación del centralismo.
F: Ah bueno, venías más o menos bien y te fuiste al carajo. Ya pedí una pizza, porque aunque venga cuadrada va a tener un centro también.
Y bueh, dijo Daniel mientras terminaba una ipa.
F: ¿Y qué me decís del universo? ¿Tiene un centro?
D: Bueno, al universo como está expandiéndose constantemente es más difícil encontrarle un centro. Además ahora se está hablando de que existen varios universos paralelos. Se habla de un multiverso.
F: Si, multiverso es lo que estás haciendo vos jaja.
D: No, no. Ya vas a ver. Algún día voy a redondear la teoría y la voy a publicar. En forma de ensayo o lo que sea.
F: Mmmsi, suena interesante. Me parece que le falta mucho todavía.
D: Si, puede ser.
F: ¿Y con lo artístico? ¿Tiene algo que ver? Viste que a veces el arte influye en la filosofía o viceversa.
D: Bueno justamente ayer estaba pensando en eso. Creo que el ser humano debería aprender a estudiar o investigar un tema con la mirada que a veces tienen algunos artistas.
F: ¿Qué mirada?
D: Por ejemplo, viste que en la mayoría de los cuadros sobre batallas el pintor se sitúa como en el medio de la batalla. Como es el caso de “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix, ponele. Pero yo creo que habría que practicar más una mirada como la del pintor Cándido López. Sus batallas parecen pintadas desde una gran colina inexistente, o como si fuera un pájaro sobrevolando el campo de batalla o como si fuera un Dios, o algo así.
F: Ah, que interesante. Si. Cómo si se despegara del objeto a describir. Eso me recuerda al principio de incertidumbre de Heisenberg. Si observamos un objeto ya lo estamos alterando y por lo tanto no podemos conocer todas sus características naturales.
D: Claro, exacto. ¿Ves cómo se relaciona todo con el nulocentrismo? La intervención del hombre altera todo. Necesitamos apartar al hombre del centro.
F: Bueh, te estás transformando en un fundamentalista del nulocentrismo jaja.
D: Volviendo al tema de las pinturas. También pasa algo parecido con los marcos de los cuadros.
F: ¿Los marcos? ¿Qué tienen que ver? ¿Tomaste mucho?
D: No. Por ejemplo los pintores abstractos argentinos fueron los primeros en realizar obras visuales con marcos en forma de polígonos irregulares. O sea, sin marcos cuadrados o rectangulares.
F: Ah, mirá.
D: Dónde es más difícil encontrar su centro, claro.
F: Claro. Igual, te estás desviando de la idea central me parece.
D: ¿Central? ¿Me estás cargando? ¡Ni la nombres a esa palabra!
F: Ah bueno… juajajj. ¿Qué, sos de Newells acaso?
D: ¿De qué te reís? Es algo muy serio lo que estoy diciendo. La filosofía no es moco de pavo. ¿Que hubiera sido de la humanidad si hubiera prevalecido el pensamiento de Pascal en lugar del de Descartes?
F: Ni idea.
D: Si, si no hubiera prosperado el mecanicismo de Descartes por ejemplo.
F: No sé.
D: ¿Qué hubiera pasado luego en el siglo XIX si hubiera prevalecido la escuela filosófica alemana en lugar de la francesa?
F: ¿Si no hubiera prosperado el positivismo decís? Ni idea. No soy futurólogo. ¿Estaríamos en un mundo más humano? ¿Más sensible acaso?
D: Como te decía, no hay que menospreciar a la filosofía.
F: Nooo, por favor. Tampoco menospreciemos a esta hermosa y circular pizza.
D: Dale, seguí jodiendo.
Federico masculló unas palabras inentendibles mientras comía una porción de muzza.
Mmm, está rica dijo Daniel mientras saboreaba su porción.
F: Volviendo al tema del arte. Eso que decís de la mirada que sobrevuela una escena creo que se puede apreciar en algunas obras de El Bosco, por ejemplo en “El jardín de las delicias”.
D: Si, claro. Puede ser. Algo así.
F: Y volviendo al arte abstracto. No sólo en los marcos se puede observar una “descentralización” digamos. Pienso que en los expresionistas abstractos por ejemplo, los trazos y manchas muchas veces no tienen una composición central como en algunos cuadros figurativos. Digamos que esos trazos a veces impulsivos dan una sensación de ser parte de un cuadro ilimitado. Algo así como si el marco estuviera delimitando algo más grande. Un macrocosmos o un microcosmos incluso.
D: Claro, si. Buena, observación.
F: ¿Y con lo político tiene alguna relación? Viste que la filosofía a veces influye en la política y viceversa…
D: Si, claro. Bueno ahora se está hablando de democracia participativa. De descentralización. De delegar poder a los municipios, a las ciudades, a las regiones, a las comunas, al ciudadano. En las democracias más avanzadas se está tratando de dejar el centralismo, de acercarse a los problemas de la gente. En fin, de descentralizar.
F: Claro, es verdad. ¿Aunque en muchos lugares suena muy utópico no?
D: Si, claro. Seguramente.
F: Mmm, lo tenés bastante pensado al tema.
D: Si, bastante.
Bueno es hora de ir pagando la cuenta me parece, dijo Federico tapándose con la mano un bostezo.
D: Si, dale. Che, volviendo al arte. Sabés que hace tiempo que tengo una idea que en cualquier momento voy a concretar…
F: ¿Cuál?
D: Mi idea es hacer una serie de cuadros con marcos poligonales móviles, plegables. La obra estaría compuesta por planchas de acetato de colores que estarían conectadas entre sí y a los distintos lados del marco móvil. Entonces uno al mover y plegar el marco automáticamente también movería las planchas y por lo tanto estaría creando una obra móvil, variable y sin un centro fijo.
F: Ah, genial. Muy interesante.
D: Bueno, dejemos la propina y vámonos.
F: Dale. Che, estoy en auto. ¿Te alcanzo? ¿A dónde vas?
D: Al centro.


Diego Gallotti
27/4/18

domingo, 4 de marzo de 2018

Finalista

Mis poemas "Escondida" y "Reiniciado" fueron seleccionados para el XXIII Certamen Internacional de Poesía y Cuento organizado por el "Grupo de Escritores Argentinos".

martes, 2 de enero de 2018

Mi tatarabuelo, héroe de la independencia

Mijito, ahora que cumpliste doce años te voy a contar la historia que mi abuelo Eustaquio me relató cuando yo tenía tu misma edad. El relato es sobre su actuación en la heroica batalla de Tucumán. Una batalla que según dicen los expertos fue crucial para nuestra independencia nacional y para la de varios países de Sudamérica.
Recuerdo la historia como si me la hubiera contado hoy, y eso que ya pasaron casi ochenta años. Te la voy a contar para que luego vos se la cuentes a tu nieto, pues me prometí que tal espectacular y apasionante historia debería traspasarse de boca en boca, de generación en generación y quién sabe, quizás algún día escribirse o filmarse.
Mi abuelo, es decir tu tatarabuelo Eustaquio, era un hombre alto, enjuto pero fuerte. Recuerdo que me contó la historia un domingo de verano que lo habíamos ido a visitar a su quinta mientras preparaba un asado a la parrilla. Lo hizo, acomodando los chinchulines acá y allá, pinchando los chorizos para desgrasarlos y distribuyendo las brasas con maestría, como quien disfruta y tiene experiencia en lo que hace.
Era un hombre parco, de pocas palabras. Por eso quizás recuerde el relato tan vívidamente, porque nunca me habló tanto como en ese día. Recientemente había cumplido noventa años y lo habían condecorado con una medalla por su actuación en la decisiva batalla de Tucumán. Para esa época, noventa años eran muchos, la gente moría más joven. Ya quedaban pocos soldados que hubieran luchado en esa victoriosa batalla, sino es que era el último.
Muchos malevos le seguían teniendo miedo a pesar de su edad. Decían que tenía un pacto con el diablo y que la única manera de matarlo era clavándole una daga de plata en medio del pecho. El no les daba importancia a esas habladurías, pero al mismo tiempo le gustaba seguirles el juego, y respondía misteriosa y crípticamente.
Tenía un aspecto hosco y bravío y en sus antebrazos se podía leer un intrincado mapa confeccionado por cicatrices de guerra. Dicen que el torso lo tenía lleno de cicatrices de lanza, bayoneta y bala pero nunca se las vi, siempre lo vi con camisa. Vestía con bombacha gaucha, faja, facón y tenía el pelo y la barba largos, tupidos y blancos.
Recuerdo que ese día le pregunté por la medalla y fue la única vez que lo vi sonreír en mi vida. Fue una sonrisa rara. Sonrió sólo con los ojos y acto seguido me pareció entrever como una mueca de tristeza. Luego lenta y pausadamente comenzó su relato. Que paso a reproducírtelo tal cual como fue:
Mijito, ya cumpliste 12 años, creo que ya es tiempo de que te cuente la historia por la que me dieron la medalla.
Corría el año 1812 y yo participaba del ejército del norte. Veníamos desde Jujuy bajando hacia Tucumán bajo las órdenes del General Manuel Belgrano. El ejército venía muy lastimado, derrotado de la batalla del Desaguadero. Estábamos cansados, hambrientos, con la moral baja y para colmo teníamos al ejército español del General Tristán pisándonos los talones.
El General Belgrano a fuerza de trabajo y ejemplo, ya se había ganado el respeto de todos. Hasta de aquellos oficiales que al principio desconfiaban del abogadito de Buenos Aires. Y en días posteriores demostraría que para esa altura, ya era un experto militar.
Nunca lo vi flaquear, ni retroceder. Una vez que tomaba una decisión, arremetía feroz. No lo amedrentaban ni los godos, ni las viles y cobardes órdenes de replegarse que le enviaban desde de Buenos Aires.
Eran momentos de grandes decisiones y Belgrano tomó una muy importante. Nuestro ejército llegó a la casa de Yatasto y giramos a la izquierda por el viejo camino carretero "Burruyacu", el que se dirige a Santiago del Estero. Pero luego de pasar por el poblado de Burruyacu, nuestro general ordenó que nos detengamos en La Encrucijada, inmediato a La Ramada, cerca de Tucumán. Se reunió con Juan Ramón Balcarce, un hombre de tal carisma que podía hablarle a las piedras y convencerlas para que se uniesen al ejército y le dio las más amplias facultades e instrucciones para sumar soldados y  armas al ejército y arengar a los vecinos de Tucumán para la defensa. Pero no hizo falta su capacidad de entusiasmar, los tucumanos ya estaban muy decididos a defender a su tierra y a sus familias.
Belgrano advierte la férrea convicción de los tucumanos y el hito histórico que implicaba quedarse. Convencido, decide entrar a la ciudad y nos ordena organizar febrilmente la defensa y preparar a la tropa para lo que se venía.
Tristán, confiado en que huíamos hacia Córdoba por el camino que habíamos tomado, no se esperaba la sorpresa y se demoró unos días en Metán. Cosa que aprovechamos para adiestrar mejor a los recién llegados.
Nuestro general, ordenó fosear las bocacalles de la plaza y colocar la artillería. Mientras tanto llegaban refuerzos desde Catamarca y Santiago. Llegaban contingentes pequeños pero valientes, con ellos se formaron los cuerpos de caballería llamados los "Decididos". No había suficientes provisiones, ni armas, ni uniformes para todos, pero se los adiestraba diariamente. Muchos tuvieron que improvisar sus lanzas con cuchillos enastados en tacuaras, pero a ningún gaucho le faltó su facón en la cintura o sus boleadoras, lazo y guardamonte.
El ejército español dejó Metán y avanzaba desprevenido por el camino de la posta hacia Tucumán.
Para esa época yo era Sargento y bajo las órdenes del capitán Esteban Figueroa, me tocó integrar una partida para hostigar a la vanguardia española que nos venía molestando desde hace días. Junto con mi amigo el cabo Savino y los gauchos a nuestro mando apresamos al Coronel Huici, el perseguidor más porfiado del ejército enemigo. Este malandra, había llegado al pueblo de Trancas y adelantándose con dos más desmontaron frente a una casa. Y fue ahí que nuestro baqueano el chino Suarez, escondido desde un pajonal los divisó. Enseguida les caímos al humo como endemoniados, los hicimos volver a montar y cuándo ya estaban llegando el resto de los españoles, nos escapamos volando con nuestros pintos.
Imaginate la alegría de nuestros compañeros cuando nos vieron llegar con estos sátrapas. La moral subió de nuevo, estaban contentísimos. Todos festejamos. ¡Vaya sorpresa para los españoles!
Otras de las sorpresas fueron el vacío y el silencio que hallaron los españoles en todo el camino. Y ni hablar de las partidas criollas que desde todos los flancos los hostigábamos noche y día. El 23 de septiembre los españoles llegaron a Los Nogales y Tristán tuvo la máxima sorpresa: nuestro ejército con Belgrano a la cabeza lo estaba esperando listo para la batalla.
El 24 de septiembre a la mañana, Tristán y su ejército marchan hacia la ciudad. Al llegar a Los Pocitos, nuestro temerario oficial de Dragones, Don Gregorio Aráoz de Lamadrid, se adelantó con algunos de sus soldados y prendió fuego los campos del frente. Supieron aprovechar bien el viento del sur, pues el fuego les llegó a los enemigos a través de terroríficas llamaradas. Los españoles se desordenaron chamuscados y doblaron hacia el oeste hasta dar con el camino del Perú por donde siguieron. Pasando una legua la ciudad de Tucumán se detuvieron y le dieron el frente al Manantial.
Nuestro ejército daba frente al norte y contramarchamos para situarnos temerariamente en el Campo de las Carreras, muy cerca y de cara al enemigo. Eso sí que no se lo esperaban.
Los españoles eran cerca de cuatro mil y nosotros cerca de dos mil. Nos duplicaban en número, sin embargo estábamos ahí, bramándoles en la cara.
Nuestras gloriosas tropas de caballería cubrían las alas del ejército, estando la de la derecha mandada por Juan Ramón Balcarce, apoyada por una sección de Dragones y la caballería gaucha de los tucumanos (una de las más entusiastas y combativas).
La batalla fue infernal, casi indescriptible. La izquierda y el centro enemigos fueron arrollados formidablemente. Nuestra izquierda fue rechazada y perdió terreno en desorden. La confusión era tal que el comandante Superí fue prisionero por una partida enemiga que luego tuvo que ceder a otra nuestra que la batió y lo recuperó. Los españoles debido al diferente resultado del combate en sus dos alas se vio fraccionado y hubo una total confusión.
Y para colmo, en medio de tal batahola pasó algo totalmente inesperado que nos ayudó como por obra del Señor. Como un presagio bíblico en mitad de la batalla nos sorprendió un ventarrón infernal que soplaba desde el sur. De pronto se escuchó un ruido espantoso, horroroso, producido por el vendaval que golpeaba en los bosques de la sierra y en los montes y en los árboles que nos rodeaban. Una polvareda gigantesca cubrió el cielo y lo que más consternó al enemigo del Alto Perú que nunca habían experimentado algo así fue que una gran manga de langostas tapó el sol y parecía que se acababa el mundo. Era el holocausto. Millares de langostas hambrientas, escapando del fuerte viento se largaban en picada hacia la tierra y hacían fuertes y secos impactos en el pecho y en la cara de los combatientes. Hasta nosotros mismos que conocíamos el fenómeno, al sentir esos golpes nos creíamos heridos de bala. Imaginate el espanto de los alto peruanos al sentir en sus cuerpos tal cantidad de "balazos" que no eran más que langostazos. Estaban aterrorizados. Ese día hasta las langostas fueron patriotas. Dicho esto, me pareció adivinarle otra media sonrisa a mi abuelo, pero no estoy seguro porque mientras me relataba la historia, hacía un sinfín de ademanes y gestos que por momentos le tapaban el rostro escondido entre la abundante pelambre.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió:
En la batalla, yo integré la caballería gaucha del ala derecha, que fue bastante decisiva para el resultado final. Aquel día, los gauchos sacamos fuerza desde la mismísima tierra que nos parió y avanzamos como desaforados,  como poseídos por mandinga y atropellamos al enemigo en una tromba de rabia irrefrenable. Con las lanzas en ristre, a toda furia y dando alaridos como indios salvajes cargamos sobre los españoles. Nada, ni nadie se nos pudo oponer. La caballería enemiga de Tarija, al vernos llegar como fantasmas encolerizados, se asustaron y huyeron atemorizados. Ni la infantería española nos pudo contener, los pasamos por arriba como alambre caído y cuando se dieron cuenta, nos tenían en la retaguardia. Atravesamos al ejército español de parte a parte como a un queso. Llegamos hasta el fondo, hasta donde estaban los equipajes y las mulas cargadas de oro y plata del ejército real. Muchos gauchos ante ese espectáculo, se dispersaron para dedicarse a despojar de las riquezas al enemigo. La caballería gaucha había sido improvisada en pocos días y no había habido tiempo de adiestrarlos debidamente para el combate. Después de cumplir su deber, cuando vieron aquellos tesoros, creyeron que tenían derecho a tomarlos. Y para tomarlos rompieron la formación.  Para ellos era su botín. En fin, la guerra se hizo como pudo.
Pero no todo fue color de rosas, en esa embestida atroz lo hirieron a mi querido Savino. Nunca vi a alguien pelear tan hábil y salvajemente como a él. Era un hombre pequeño, delgado pero con una furia indómita. Sus brazos se movían tan velozmente en el aire que no se los podían ver. Era como un colibrí aleteando en el campo de batalla. Sólo se oía el zumbido fatal del sable cuándo ya era tarde para el enemigo. Era ágil con el caballo como ninguno, podía inclinarse y recoger una flor del campo en pleno galope. Ese día fatal lo vi entreverarse entre los españoles dando mandobles y sablazos a diestra y siniestra. Hasta que se le fueron al humo tres españoles juntos. El primero no tuvo tiempo ni de asestar un golpe, el frío metal del sable de Savino encontró su garganta y la tajeó como si nada. El segundo llegó a tirar un sablazo pero Savino lo esquivó agachándose veloz. El tercero fue fatal, le asestó tal golpe, que le llegó a abrir la panza a nuestro querido cabo. Savino cayó al piso muy mal herido, pero increíblemente lejos de amedrentarse recogió sus tripas, se las acomodó y siguió en carrera. Luego lo perdí de vista entre la polvareda. Mi abuelo relataba el episodio como poseído, haciendo zumbar su propio facón en el aire de una manera increíblemente ágil para su edad. Entre tanta escaramuza un chorizo se deslizó por la parrilla y hábilmente lo ensartó en el aire con la punta del facón al grito de: ¡Huija, no te me desacates!
Hizo una pausa bastante larga y apesadumbrada y finalmente continuó:
El ejército realista al verse sin plata, ni equipaje y en tierra muy hostil, se fue acobardando y a pensar que era mejor retirarse.
Belgrano con otros oficiales fue empujado por el desbande de la caballería santiagueña fuera del campo de batalla hasta cerca del Rincón por Santa Bárbara. Tristán, replegado sobre el Manantial con una columna que salvó trataba de reunir a sus soldados dispersos. Entre tanto, la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla pero viéndose sola se replegó sobre la ciudad y entró para acantonarse y preparar la defensa bajo el mando de mi tocayo el coronel Díaz Vélez. El ejército español llegó hasta las goteras de Tucumán donde se quedó como sitiándola. Belgrano acompañado por el coronel Moldes y sus soldados estaba en el Rincón, dónde permanecía sin saber a ciencia cierta el resultado final de la batalla. Finalmente, el General Paz se encuentra con Belgrano, le relata su entrada en la ciudad y lo anoticia de que en ella se hallaba fuerte toda su infantería, con lo cual nuestro querido y gran general sabiendo ya del triunfo de la caballería tucumana vio que la batalla se había decidido a nuestro favor.
Durante esa tarde y el día siguiente hubo una total inacción y perplejidad de parte de Tristán y sus hombres. Seguramente se debió a que se quedaron sin municiones y su tropa estaba acobardada por las partidas de gauchos que andaban por el campo y sus alrededores dedicados a una sistemática limpieza de enemigos sueltos.
Ignorante de las fuerzas que salvara Belgrano, Tristán no sabía qué hacer. Durante la tarde del día 25 el español se convenció de que no tomaría la ciudad, vio que era amenazado de afuera por columnas patriotas que entorno a Belgrano se irían engrosando y se dio por vencido. Esa misma noche emprendió su retirada hacia Salta.
Nosotros festejamos. Ese día hubo fogón y fiesta. Guitarreadas y payadas por doquier. Hasta Savino se escapó de la enfermería para festejar. Esa noche lo vi jugando a los dados sin quejarse. Pero el pobre al día siguiente amaneció muerto, la herida había sido muy aguda.
Bueno mijo, esta es toda la historia, dijo palmeándome el hombro. Con todo lo bueno, lo malo, lo triste y lo alegre que pueda tener. Luego los señores eruditos podrán disertar sobre las estrategias y las tácticas empleadas por ambos bandos y las cuestiones políticas en las que se enmarcó la batalla. Lo que si te puedo decir es que fueron tiempos de mucho sacrificio, pasión y convicción. Luego el país se metió en una larga lucha interna de la que no quise participar. ¡Ahijuna que este país está hecho de claroscuros! De choques y conflictos pero también de una suave y mansa recomposición. De  unión y cooperación. Habrá que saber separar la paja del trigo y parar con tantas pendejadas. Parar con tanta lucha fratricida. Que al mundo no vinimos para pelear entre hermanos sino para aprender y para crecer. Esas fueron las palabras finales del abuelo.
A los pocos meses lo alcanzó la muerte. Fue una muerte repentina, lo abrazó de noche y durmiendo. Lo velamos y cuando besé su semblante vi que por primera vez irradiaba paz.


Diego S. Gallotti

19/12/2014



Publicado por el blog "INDEC que trabaja" en diciembre de 2014

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