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viernes, 8 de noviembre de 2019

Microrelato de Florencio Varela Nº 1


A mi hermano y a su amigo Eduardo les habían encargado en la escuela buscar animales para la clase de Ciencias Naturales.
Decidimos hacer una excursión al arroyo. Fuimos con frascos de vidrio para guardar los animales que atrapáramos. Cada uno llevó un palo que nos servía tanto de bastón como de espada imaginaria alternativamente, sintiéndonos exploradores.
Durante el camino vimos volando panaderos y baba del diablo. Cerca del arroyo vimos langostas, arañas y hormigas. De pronto veo en una cavidad cerca de una piedra a una víbora enrollada. Les aviso: ¡Miren, miren, una víbora! Todos quedamos boquiabiertos. Comenzamos a movernos lentamente y a diagramar estrategias para atraparla. Acerqué muy lentamente el frasco, tan lentamente que no se podía percibir bien cuánto había cambiado la distancia de un momento a otro tanto para mí como para la víbora. Lo acercaba parsimonioso, lo dejaba quieto unos instantes y luego lo acercaba de nuevo unos milímetros. El tiempo y el espacio se hacían imperceptibles. La víbora parecía hipnotizada. La boca del frasco cada vez estaba más cerca de la boca de la víbora. Esta miraba curiosa el interior del frasco y cada tanto sacaba su lengua bífida para estudiar el ambiente. Una vez que puso la cabeza a la entrada del frasco, con la ayuda de un palo la empujé desde atrás. La víbora se fue metiendo de a poco. Cuando tenía ya gran parte del cuerpo adentro la empujé con el palo, giré el frasco hacia arriba y la víbora se enroscó en el fondo. Tomé la tapa del frasco y lo cerré rápidamente. Era hermosa. En la escuela nos dijeron que era una yarará.

Diego Gallotti
29/3/19

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