La voz se había corrido
por el barrio. En la casa de Carmen, que vivía con sus padres a lado de la
nuestra habían visto una víbora en el jardín. Toda su familia estaba reunida en
el patio. El padre y su tío estaban munidos de palas tratando de encontrar a la
víbora que se había escondido bajo la tierra. Habían cavado una zanja como de
tres metros junto a la pared medianera y aún no la encontraban. Mis hermanos y
yo nos subimos a la medianera y mirábamos asombrados. Mis padres, mis abuelos y
mi tío alcanzaban a ver el jardín sin necesidad de subirse a la pared.
La búsqueda se había
transformado en todo un espectáculo para el vecindario.
El padre de Carmen
protestaba porque no la podían encontrar. La habían visto un par de veces
meterse en la cueva y desaparecer. Tenía que estar ahí, en algún lado. Tenían
miedo de que fuera venenosa.
El tío de Carmen, cavo
unos centímetros más y por fin vio la cola. ¡Acá está, acá está!, gritó triunfante. Se apuró a seguir
cavando y finalmente la capturaron. Medía como un metro de largo o más y era
marrón. El jardín quedó destrozado.
Diego Gallotti
15/11/19
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