La vida en el fortín fue
más dura de lo que pensó. No siempre había comida y la mejor parte se la
llevaban los oficiales. Ante cualquier desobediencia los castigaban y al que
desertaba lo mataban.
El comandante Cabrera les
había prometido que iban a estar seis meses, pero ya estaban por cumplir un año
y aún no habían recibido la paga.
Un día Don Justo se retobó
y protestó contra el oficial por las injusticias recibidas. De castigo sufrió
una estaqueada de todo un día bajo el sol, la helada de la noche y la escarcha
de la mañana. Cuando lo desataron se arrastró como pudo hasta el catre, le
dolían todos los huesos.
Desde ese entonces empezó
a juntar odio y a rumiar el escape.
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