Don Justo era un
gaucho común y corriente. Trabajaba como peón en una estancia de Ayacucho. De
chico había aprendido los oficios del campo; montar, domar, bolear, herrar,
carnear y asar entre otros menesteres.
Sus desventuras comenzaron
cuando la milicia pasó por el ranchaje para reclutar soldados para el fortín.
La década de 1870 no se caracterizaba por juntar soldados mediante el
consentimiento informado, arriaban gauchos como ganado y los llevaban a los
fortines para defender la frontera que los separaba de los indios.
Así fue que Justo
López tuvo que dejar a sus tres hijas, su china y al rancho. Desde ese día dejó
de ser un gaucho más.
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