Llegamos a Filadelfia a las cinco de la mañana. Me
imaginé que a esa hora al bajar del micro iba a estar fresco. Pero no, hacía un
calor insoportable. Lo primero que le dije a Fernando fue:
¡No me quiero imaginar lo que será al mediodía!
Llegamos a una posada. En la habitación había un calor
insufrible. Se me ocurrió ducharme y sin secarme me senté en una silla debajo
del ventilador de techo para refrescarme. Fernando me imitó. Abrimos la puerta
y la ventana de la habitación para que circulara el aire. Cuándo nos
recuperamos un poco del golpe de calor, decidimos salir a conocer la colonia
menonita. Era domingo. Todo el pueblo concurría a la iglesia. Hablamos con un
cura rubio a la entrada del templo. Luego nos dirigimos a una reserva de un
pueblo originario de la zona. Fernando quiso sacarles fotos y los nativos le
pidieron dinero a cambio.
A la tarde tomamos un remis para visitar una estancia
que decían que tenía una pileta donde refrescarnos. El remisero nos contó que
por el camino de tierra arcillosa por el que transitábamos a veces se cruzaban
carpinchos, pumas, venados y hasta yaguaretés.
Llegamos a la estancia. Nos presentamos a los dueños.
Estaban bajo la sombra de un árbol tomando tereré. Nos convidaron unos sorbos.
Bajo la mesa había una tortuga enorme. Les preguntamos si podíamos ir a
refrescarnos a la pileta. Nos dijeron que si y nos indicaron el camino.
Llegamos y la pileta resultó ser un reservorio de agua que habían cavado en la
tierra. El calor era agobiante así que decidimos desvestirnos y ponernos la malla.
Los pies se nos hundían en el barro. Nos zambullimos y nadamos un rato. Un
zorro se acercó a abrevar y una rana nadaba a mi lado.
Diego Gallotti
13/9/20