Los invito a leerlo:
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/2017/12/un-cuento-del-artista-diego-gallotti.html
Saludos
Translate
miércoles, 13 de diciembre de 2017
viernes, 1 de diciembre de 2017
El último círculo
Daniel sintió que esa era la noche ideal para bajar al
último subsuelo del Palacio Barolo. Hace un año que trabajaba ahí de guía
turístico. El palacio estaba plagado de enigmas y misterios que lo atraparon
desde chico. Entre las características de este hermoso edificio de Buenos Aires,
se destaca que su arquitectura sigue las tres divisiones que se encuentran en
el libro la Divina Comedia de Dante Alighieri; el infierno, el purgatorio y el
paraíso. Otra particularidad, es que la relación pitagórica que determina el
número Pi (3,14) se observa en la división original del acceso mediante los
ascensores.
La cultura de la Edad Media era un tema que interesaba a
Daniel desde adolescente y mientras cursaba la carrera de Historia en la Facultad
de Filosofía y Letras de la U.B.A., pensó que ser guía del palacio era un buen
trabajo para costear sus estudios.
Recientemente había cursado las materias Historia Medieval
e Historia del Renacimiento y aprovechó para interiorizarse e investigar cada
vez más sobre la época en la que vivió Alighieri.
Era 14 de septiembre, aniversario de la muerte del Dante.
Daniel terminó de guiar al último grupo de turistas y visitantes por el
palacio. Cuándo estaba por cerrar las puertas del edificio decidió bajar de
contrabando al último subsuelo. Tomó uno de los dos ascensores ocultos que
había descubierto y que estaban vedados tanto para los visitantes como para los
empleados del palacio, incluso para el mismo.
Bajó al subsuelo, estaba totalmente oscuro. Prendió el
interruptor de la luz y no andaba. En el piso había una linterna, la tomó y
comenzó a recorrerlo. Encontró dibujos geométricos en el piso, algunos cuadros
sobre la Divina Comedia y el Dante e inscripciones en latín en las paredes. Le
llamó la atención un cuadro antiguo que parecía copia del Mapa del infierno realizado por Botticelli. Se detuvo y contempló
embelesado los nueve círculos que descienden en espiral. Estaba un poco torcido,
así que decidió enderezarlo. Mientras lo acomodaba notó que debajo había una
inscripción sobre la pared. Lo descolgó y efectivamente había escritas unas
palabras en latín: “O vos, qui intratis, omni spe auferte” (“O vosotros que entráis,
abandonad toda esperanza”) rezaba la frase. Era la que había usado el Dante en
su gran obra para referirse a los que entraban al infierno.
Debajo de la frase había un compartimiento escondido y
empotrado en la pared, lo abrió y encontró una caja de madera hexagonal con
incrustaciones de marfil y dibujos geométricos. Abrió la caja y encontró un
rollito de pergamino. Lo desenrolló y vio que contenía algunas palabras en
latín, italiano antiguo, una serie de
números, combinaciones, coordenadas y símbolos que no podía comprender.
Estaba realmente muy emocionado. Guardó el rollito en su
bolsillo. Volvió a poner la caja en su lugar y se fue corriendo desde el
edificio hasta su casa.
Estuvo días tratando de descifrar el pergamino. Había
referencias al número Pi, al número áureo, a la secuencia de Fibonacci, lo que
parecía una fecha, un horario, una altura y una serie de coordenadas que
coincidían con las de Buenos Aires y Montevideo. Finalmente tuvo una corazonada
y debía verificarla. Iba a necesitar la ayuda de otra persona, así que decidió
contarle parte del plan a su amiga Paula, quien trabajaba de guía junto con él.
Le explicó que por sus trabajos de investigación en la
facultad creía haber descubierto un secreto del palacio y que necesitaba su
colaboración. Era preciso que para el solsticio de invierno, para el cual
faltaban pocos días, ella fuera a Montevideo. En esa ciudad vecina se encuentra
el Palacio Salvo, un edificio gemelo al Palacio Barolo de Buenos Aires. Ella
debía de alguna manera convencer al guardia para que apuntara el faro del
edificio de Montevideo a las 24 hs del comienzo del invierno a las coordenadas
exactas que le anotó en un papel. Debía persuadir al guardia apelando a su
calidad de guía y a una carta trucha de los administradores del edificio de Buenos
Aires, o con su simpatía y carisma o sobornándolo o de la manera que fuese.
Pero era imprescindible que así se hiciera. Paula además de ser muy amiga de
Daniel era una gran apasionada de la historia del palacio. La aventura le
pareció muy interesante así que decidió acceder con gusto.
Llegó el día y la hora indicada. Era una noche clara de
luna llena. El se encontraba en uno de los balcones de la cúpula del Barolo, en
el anteúltimo piso tal como indicaban la altura y las coordenadas especificadas
en el rollito. Faltaban pocos segundos y de pronto vio los destellos de luz provocados
por el faro de Montevideo. ¡Paula había logrado su cometido! Estaba muy emocionado.
Por alguna rara alquimia un rayo de ese haz de luz rebotó en la cúpula del Congreso
y trianguló iluminando el cupulín que estaba justo debajo de su balcón. Ahí
debía haber algo escondido, intuyó.
La única manera de acceder al cupulín era bajándose desde
el balcón. Se tomó de la baranda con ambos brazos y se fue deslizando
lentamente. Estaba algo temeroso, pero esta oportunidad no la iba a dejar
pasar. Estiró los brazos y las piernas y con la punta de un pie logró tocar el
techo del cupulín. A duras penas y muerto de miedo logró llegar al techo. Justo
en el centro del techo vio un compartimiento cilíndrico e intentó desenroscar
infructuosamente lo que parecía una tapa. Los bordes estaban pegados por la
oxidación y el paso del tiempo. Comenzó a golpear la tapa con la parte de abajo
de la palma de su mano. De a poco fue cediendo. Respiró hondo e hizo un último
esfuerzo por desenroscar el cilindro. Giró con fuerza y finalmente, embargado
por la emoción y todo transpirado logró sacar el cilindro metálico fuera de su
compartimento. Adentro había un sobre, lo abrió y encontró cenizas. ¡Seguramente,
era uno de los seis sobres con cenizas del Dante! ¡Era un hallazgo sin duda invaluable!
Volvió a poner el sobre y el cilindro en su lugar, ya mañana se encargaría de
fotografiar, documentar y publicar su descubrimiento.
Se encontraba en cuatro patas sobre el techo del cupulín,
dirigió la mirada hacia arriba y un frío agudo le recorrió la nuca. Temblando
de miedo se incorporó sobre sus dos piernas para ver mejor lo que le pareció
una presencia. Divisó una sombra en uno de los balcones. Una sombra desafiante
que le hizo recordar a la figura del Dante, con su perfil tan característico,
su nariz aguileña y el mentón prominente como si fueran dos ganchos que lo apuntaban. También parecía llevar lo que
parecía un gorro frigio. Boquiabierto y muerto de miedo, comenzó a perder el
equilibrio. Una ráfaga de viento lo hizo tambalear y se dejó caer sobre el
cupulín para no caer al vacío. Se agarró con brazos y piernas sobre el techo
pero la gravedad lo hacía deslizar lentamente hacia abajo. Intentó aferrarse
con más fuerza pero la forma semiesférica del techo no le permitía agarrarse de
ningún lado. Finalmente quedó colgando sólo de sus manos de una moldura sobre
el final del cupulín. Miró hacia abajo, lo separaban como noventa metros hasta
la calle y casi veinte pisos. El viento comenzó a silbar y él creyó escuchar
los nueve coros angelicales que representaban el faro.
En ese estado de excitación febril se le cruzó por la
mente que tal vez al profanar la cúpula, había profanado el templo dedicado al
amor que el Arquitecto Palanti había realizado inspirado en un templo Hindú y
que era emblema de la realización de la unión del Dante con su amada Beatrice.
Pero de poco le sirvieron todas estas especulaciones en
un momento tan crucial. Fue perdiendo sus fuerzas y finalmente fue cayendo al
vacío con lágrimas en los ojos y una extraña sonrisa. Esos pocos segundos de la
caída le parecieron una eternidad. Por primera vez y desde una inigualable
perspectiva pudo ver metro a metro los cien metros del edificio que
representaban los cien cantos de la Divina Comedia. Por primera y última vez
pudo contemplar en su plenitud los veintidós pisos que representaban las
veintidós estrofas de los versos del gran poeta, hasta que finalmente llegó al
último círculo.
Diego Gallotti
12/11/17
Publicado en el blog "INDEC que trabaja" el 14/12/17
martes, 28 de noviembre de 2017
AGATA
La nave Survey VII descendió sin
mayores problemas en un antiguo valle del planeta ZW3986. A primera vista lo
que más impactaba del planeta era su gran sol rojo y sus dos hermosas lunas. Una
de las lunas era más grande y con diferentes tonos de azul, la otra era más pequeña
y con diversos matices de color violeta. Los exploradores e investigadores
espaciales no tenían grandes expectativas sobre las posibilidades de
colonización de este frío y pequeño planeta.
Según los datos recabados por sondas enviadas
anteriormente, podía deducirse que antiguamente circularon grandes ríos de
algún tipo de fluido y que la atmósfera pudo contener mayor porcentaje de
oxígeno que la actual (que llegaba sólo al 10%). Otros de los planetas seleccionados
que aún les quedaban por explorar eran más prometedores para el desarrollo de
un asentamiento humano. Sin embargo a las pocas horas de recorrer en vehículos
todo terreno la zona cercana al descenso, ya hubo grandes descubrimientos.
El grupo de químicos y geólogos se
topó con una pequeña laguna y al analizar su contenido con instrumentos de
campo obtuvieron como resultado que el líquido poseía una composición
aproximada de 82% de agua, 16% de etanol y 2% de minerales y otras sustancias
disueltas. Los sedimentos en suspensión le otorgaban a este fluido un color
púrpura bellísimo. Los científicos analizaron in situ las sustancias en
suspensión y no detectaron ninguna tóxica. Entonces uno de los geólogos se
animó a probar un trago. Apenas dio los primeros sorbos su cara se transformó
en un faro de felicidad y exclamó: ¡Es el elixir de los dioses! ¡Tiene un sabor extasiante, maravilloso! Es
levemente dulce, con un dejo de acidez y un toque a sabor metálico… Es
indescriptible. ¡Prueben, prueben, es riquísimo! Los otros tres integrantes del
grupo lo probaron, se les llenaron los ojos de alegría y exclamaron: ¡Es
espectacular! ¡Sabrosísimo! ¡Genial! Luego de tomar varios tragos volvieron algo
embriagados a la nave para notificar alegre y bulliciosamente el descubrimiento.
En otra zona del valle, junto a un
gran volcán que emanaba humo de color amarillento,
el grupo de ingenieros y físicos encontró un pequeño pozo de agua, cubierto por
una capa de hielo y entusiasmados comenzaron a realizar mediciones para determinar
el origen, la cantidad y la calidad del agua disponible.
Pero sin duda el hallazgo más
significativo lo realizó el grupo de antropólogos y biólogos. Luego de subir
una colina con el vehículo, Zoe, Archi, Vito y Andrea, divisaron semienterradas
lo que parecían ser las ruinas de un asentamiento. Los embargó una fuerte
emoción y por unos segundos quedaron
paralizados, mudos. Se acercaron lentamente con el vehículo hasta escasos
metros de las ruinas y descendieron asombrados. Tocaron el material de la
construcción, parecía estar hecho de una aleación de metales y cerámica muy resistente. Archi divisó lo que
parecía una abertura casi totalmente enterrada. Cavaron un poco y decidieron
introducirse. Zoe llamó a la nave y reportó totalmente emocionada lo que habían
descubierto y todos prendieron las cámaras de sus cascos para que desde la nave
pudieran observar lo que ellos veían. Lidia, la capitana de la nave, decidió enviar otro vehículo de apoyo con dos
oficiales y dos arqueólogos.
Archi se metió primero por el hoyo y
luego lo siguieron Zoe, Andrea y Vito. Adentro estaba totalmente oscuro y lleno
del polvo y la arena que configuraban el paisaje exterior. Los cuatro
prendieron las linternas de sus cascos y avanzaron por lo que parecía un
pasillo inclinado hacia abajo. Mientras caminaban, contemplaron asombrados algunos
extraños símbolos e inscripciones que encontraban a su paso.
A la mitad del pasillo encontraron una
abertura ovalada que parecía ser una puerta, pero estaba cerrada. Al final del
pasillo a la derecha vieron lo que parecía ser una escalera mecánica. No
funcionaba, así que se treparon por ella hasta el compartimento superior.
Recorrieron con las linternas lo que
parecía ser el comando de una nave. Comenzaron
a sospechar que lo que inicialmente creyeron un asentamiento, bien podía ser
una nave espacial. De pronto Vito encontró
algo muy inquietante, impresionante. Divisó el esqueleto de un homínido
acostado en el piso, con algunas ropas raídas por el tiempo. Estupefactos los
cuatro rodearon al esqueleto y lo examinaron. Era un poco más alto y robusto
que ellos, con algunas leves diferencias en el cráneo y la mandíbula, quizás
también en el largo de los brazos. A juzgar por la pelvis podía inducirse que
era del sexo femenino y parecía estar ahí desde hace un par de siglos.
Desde la nave estudiaban maravillados
los pasos de los cuatro científicos a través de cuatro pantallas.
Andrea encontró cerca del esqueleto un
disco azul de un material similar al sílice, de aproximadamente unos 20 cm de
diámetro y 2 cm de espesor, con algunas inscripciones indescifrables.
De repente oyeron unos ruidos en el
compartimento de abajo. Se asomaron por la escalera y reconocieron al equipo de
apoyo que subía a su encuentro. Los arqueólogos embelesados comenzaron a
fotografiar la sala y a analizar con sumo cuidado el esqueleto, que con todas
las precauciones introdujeron en un bolso hermético. El grupo inicial decidió
retirarse para que el nuevo equipo trabajara más cómodamente.
Una vez llegados a la nave la
tripulación los recibió ovacionándolos totalmente conmocionados. Nadie podía
explicar la presencia de ese misterioso homínido en este remoto planeta.
Andrea le dio el disco azul a Jeremy,
el jefe de los matemáticos e ingenieros en sistemas para que intentaran
descifrar su contenido.
Jeremy y su equipo estuvieron
encerrados durante días, obsesionados en tratar de desentrañar el contenido del
disco, valiéndose de poderosos programas y computadoras. Luego de arduos
trabajos pudieron comenzar a desencriptar el enigmático lenguaje y llegaron a
algunas conclusiones.
La homínido que habían encontrado,
provenía de la tierra y era la última de su especie.
Al parecer su civilización había
padecido guerras internas y también externas, contra civilizaciones de otros
planetas. A su vez, por problemas de superpoblación y excesivo consumo de
materias primas, recursos naturales y alimentos, habían depredado su planeta y
también otros planetas.
Esta último homínido habría realizado
un último experimento para perpetuar y mejorar su especie que consistió en
viajar en el tiempo hacia la era paleolítica de la Tierra y alterar el código
genético de sus ancestros. Modificó el ADN de una homínido hembra a la que
llamó Eva.
El experimento se denominaba AGATA,
una sigla conformada por las iniciales de una secuencia de cinco nucleótidos de
ADN: Adenina, Guanina, Adenina, Timina y Adenina. En esta secuencia
se hallaba la clave para que su especie evolucionara en un homínido competitivo
pero a la vez solidario y que tuviera los impulsos e instintos de alimentarse,
crecer y reproducirse pero sin llegar a la depredación total de su ambiente.
Intentó inculcar atributos que garantizaran su supervivencia pero sin llegar a
la aniquilación de su entorno y de su especie. De alguna manera creo a Eva a su
imagen y semejanza, la hizo similar pero no igual.
Ágata, así había bautizado Jeremy a la
última homínido, introdujo esta secuencia especial de ADN en el brazo inferior
derecho del cromosoma sexual XX de Eva. Si el cromosoma sexual XX de la hembra
simulara una caja torácica con costillas, al macho con cromosoma sexual XY le
faltaría una costilla. Y fue justo en esa costilla cromosómica de Eva en la que
Ágata inoculó la secuencia clave.
Jeremy se puso a repasar una y otra
vez las conclusiones antes de transmitírselas a Lidia y de pronto comenzaron a
sentirse temblores en la nave. Miró a través de las pantallas y se dio cuenta
que lo que temblaba no era la nave sino todo el valle donde estaban ubicados.
También observó que el volcán que antes largaba un humo amarillento, ahora
estaba emitiendo una gran polvareda gris, amarilla y roja.
Pronto el valle se inundó de cenizas y
se perdió totalmente la visibilidad. Lidia inmediatamente hizo sonar la alarma
de emergencia y ordenó a toda la tripulación que estaba haciendo investigaciones
en el valle a que acudieran a la nave urgentemente.
Luego de los temblores comenzaron a
abrirse grietas en el valle. Una grieta pasó cerca de la nave y uno de sus tres
apoyos cayó en la fisura. La aeronave perdió el equilibrio y se tumbó sobre la
pata hundida. La caída hizo retumbar toda su estructura. Jeremy intentó salir
de la sala de computadoras pero la puerta estaba trabada. Los investigadores
que estaban explorando el valle intentaron regresar pero la nula visibilidad y
los sismos hacían que fuera casi imposible. El volcán comenzó a lanzar proyecciones
de escorias en todas direcciones, una cayó sobre la astronave provocando un
gran impacto. Lidia comenzó a evaluar la posibilidad de despegar con los
tripulantes que estuvieran a bordo sin esperar a que regresaran los que habían
quedado afuera. Por uno de los monitores vio a Jeremy gritando desesperado y
blandiendo en su mano el disco azul. Prendió el audio y escuchó a Jeremy que
gritaba enloquecido: ¡Ágata es Dios! ¡Ágata es Dios!
Mientras Lidia se preguntaba quién
sería Ágata, una segunda pata de la nave se hundió en el valle. El impacto hizo
volar a Jeremy por la sala hasta golpearse la cabeza contra una computadora. A
su vez, el disco azul salió despedido por el aire y se estrelló contra una
pared. Lidia decidió que era hora de despegar.
Diego Gallotti
18/10/2013
18/10/2013
Publicado por el Blog "INDEC que trabaja" el 4/12/2017
miércoles, 15 de noviembre de 2017
El Mago
A Omar le gustaba mucho leer poemas. Últimamente lo habían atrapado terriblemente
las obras completas de un autor que había encontrado entre los millares de
libros que conformaban la ilustre biblioteca de su difunto padre. Sentía que
había belleza y verdad en esos poemas. Eran reveladores, precisos, encantadores.
Hacía un par de días que leía el libro, y cuando ya iba por la mitad, descubrió
algo extraño. Mientras leía el poema “Oda a la cebolla” que comenzaba así: “Tus
finas capas cristalinas, translúcidas y nacaradas, van envolviendo…”, notó que
la cebolla que estaba sobre la mesa de la cocina empezó a desaparecer. Terminó
el poema y la cebolla se desvaneció totalmente.
¡Pero esto es
imposible!, exclamó. Buscó en el índice del libro otro poema para corroborar el
acto de magia. Encontró uno que se titulaba “Oda a la albahaca” y lo comenzó a
leer: “Con el mínimo roce, la sutil caricia, la imperceptible brisa, ofreces
perfumes penetrantes, verdes…” y vio que la planta de albahaca que tenía en la
maceta comenzaba a desvanecerse. No puede ser…, murmuró.
Desconcertado, buscó un
libro de poemas de otro autor, comenzó a leer “Oda al limón” pero el limón seguía
intacto, inmutable. Se quedó un largo rato reflexionando y pensó que lo que
podía estar pasando es que el autor de este libro deslumbrante y mágico tenía
la capacidad de describir con tal precisión y perfección los objetos que
lograba captar su esencia y debido a eso se hacían invisibles. Con razón lo habían
atrapado tanto estos poemas. Eran verdaderamente perfectos, sublimes, únicos.
Comenzó a leer los
siguientes poemas con una avidez y vehemencia irrefrenables. No podía parar de
leerlos, eran realmente apasionantes, magnéticos. En un momento sintió temor
por lo que estaba sucediendo o por lo que podría llegar a pasar. Pero siguió leyendo,
no lograba detenerse. Llegó hasta un poema, cuyo título lo aterrorizó, pero no
pudo evitar leerlo. La seducción que irradiaban los poemas lo atraían
poderosamente, endiabladamente. El libro lo subyugaba, lo doblegaba, lo
dominaba.
Unos días después, el
detective comisario entró a la casa, vio el equipo de música aún prendido, un
vaso con whisky hasta la mitad arriba de la mesita ratona del living y un libro
tirado en el piso junto a uno de los sillones. Lo levantó y miró la última
página que habían leído. Tenía una pequeña mancha que parecía ser de una
lágrima. El poema se titulaba “Oda al buen lector”.
Publicado en libro de artista de Diego Gallotti en Mayo del 2012.
martes, 14 de noviembre de 2017
Sueño
Doctor, en toda mi vida sólo recuerdo haber despertado una vez. Creo que tenía aproximadamente ocho años, si tomamos por exacto este extraño y eterno calendario de Morfeo. Despertarme fue realmente novedoso, excitante y también efímero, ya que enseguida volví a lo que creo yo una pesadilla.
Le cuento esto aunque sé que usted es producto de mis sueños, de mi mente, y a pesar de que insista (bajo las órdenes estrictas de mi imaginación) que estoy despierto y que más bien lo que me ocurrió a los ocho años fue un sueño. En fin, le voy a contar otra vez, como si fuera un sueño que se repite, lo que me ocurrió aquel día.
Yo iba caminando con mi familia por las calles de Florencio Varela. Nos dirigíamos a la estación de trenes, luego de haber pasado el domingo en casa de mis abuelos. Mis padres iban adelante. Yo me había retrasado unos pasos e iba casi junto a mi hermano mayor. Estábamos cruzando una calle y de pronto una camioneta dobló rápida y sorpresivamente -o por lo menos para mí fue así, ya que estaba distraído-. De golpe experimenté una rara sensación por lo que, pienso, fue la única vez que desperté. La camioneta frenó a unos pocos centímetros de mí y, shockeado, avancé unos pasos. Luego tuve unos extraños pensamientos. Comencé a imaginar que en realidad estaba muerto, que la camioneta no había frenado y que la muerte consistía en seguir viviendo como en un sueño.
Cuento publicado en la Revista Exactamente. Año 3 Nº 7, Diciembre de 1996.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)