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viernes, 1 de diciembre de 2017

El último círculo

Daniel sintió que esa era la noche ideal para bajar al último subsuelo del Palacio Barolo. Hace un año que trabajaba ahí de guía turístico. El palacio estaba plagado de enigmas y misterios que lo atraparon desde chico. Entre las características de este hermoso edificio de Buenos Aires, se destaca que su arquitectura sigue las tres divisiones que se encuentran en el libro la Divina Comedia de Dante Alighieri; el infierno, el purgatorio y el paraíso. Otra particularidad, es que la relación pitagórica que determina el número Pi (3,14) se observa en la división original del acceso mediante los ascensores.
La cultura de la Edad Media era un tema que interesaba a Daniel desde adolescente y mientras cursaba la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A., pensó que ser guía del palacio era un buen trabajo para costear sus estudios.
Recientemente había cursado las materias Historia Medieval e Historia del Renacimiento y aprovechó para interiorizarse e investigar cada vez más sobre la época en la que vivió Alighieri.
Era 14 de septiembre, aniversario de la muerte del Dante. Daniel terminó de guiar al último grupo de turistas y visitantes por el palacio. Cuándo estaba por cerrar las puertas del edificio decidió bajar de contrabando al último subsuelo. Tomó uno de los dos ascensores ocultos que había descubierto y que estaban vedados tanto para los visitantes como para los empleados del palacio, incluso para el mismo.
Bajó al subsuelo, estaba totalmente oscuro. Prendió el interruptor de la luz y no andaba. En el piso había una linterna, la tomó y comenzó a recorrerlo. Encontró dibujos geométricos en el piso, algunos cuadros sobre la Divina Comedia y el Dante e inscripciones en latín en las paredes. Le llamó la atención un cuadro antiguo que parecía copia del Mapa del infierno realizado por Botticelli. Se detuvo y contempló embelesado los nueve círculos que descienden en espiral. Estaba un poco torcido, así que decidió enderezarlo. Mientras lo acomodaba notó que debajo había una inscripción sobre la pared. Lo descolgó y efectivamente había escritas unas palabras en latín: “O vos, qui intratis, omni spe auferte” (“O vosotros que entráis, abandonad toda esperanza”) rezaba la frase. Era la que había usado el Dante en su gran obra para referirse a los que entraban al infierno.
Debajo de la frase había un compartimiento escondido y empotrado en la pared, lo abrió y encontró una caja de madera hexagonal con incrustaciones de marfil y dibujos geométricos. Abrió la caja y encontró un rollito de pergamino. Lo desenrolló y vio que contenía algunas palabras en latín, italiano antiguo,  una serie de números, combinaciones, coordenadas y símbolos que no  podía comprender.
Estaba realmente muy emocionado. Guardó el rollito en su bolsillo. Volvió a poner la caja en su lugar y se fue corriendo desde el edificio hasta su casa.
Estuvo días tratando de descifrar el pergamino. Había referencias al número Pi, al número áureo, a la secuencia de Fibonacci, lo que parecía una fecha, un horario, una altura y una serie de coordenadas que coincidían con las de Buenos Aires y Montevideo. Finalmente tuvo una corazonada y debía verificarla. Iba a necesitar la ayuda de otra persona, así que decidió contarle parte del plan a su amiga Paula, quien trabajaba de guía junto con él.
Le explicó que por sus trabajos de investigación en la facultad creía haber descubierto un secreto del palacio y que necesitaba su colaboración. Era preciso que para el solsticio de invierno, para el cual faltaban pocos días, ella fuera a Montevideo. En esa ciudad vecina se encuentra el Palacio Salvo, un edificio gemelo al Palacio Barolo de Buenos Aires. Ella debía de alguna manera convencer al guardia para que apuntara el faro del edificio de Montevideo a las 24 hs del comienzo del invierno a las coordenadas exactas que le anotó en un papel. Debía persuadir al guardia apelando a su calidad de guía y a una carta trucha de los administradores del edificio de Buenos Aires, o con su simpatía y carisma o sobornándolo o de la manera que fuese. Pero era imprescindible que así se hiciera. Paula además de ser muy amiga de Daniel era una gran apasionada de la historia del palacio. La aventura le pareció muy interesante así que decidió acceder con gusto.
Llegó el día y la hora indicada. Era una noche clara de luna llena. El se encontraba en uno de los balcones de la cúpula del Barolo, en el anteúltimo piso tal como indicaban la altura y las coordenadas especificadas en el rollito. Faltaban pocos segundos y de pronto vio los destellos de luz provocados por el faro de Montevideo. ¡Paula había logrado su cometido! Estaba muy emocionado. Por alguna rara alquimia un rayo de ese haz de luz rebotó en la cúpula del Congreso y trianguló iluminando el cupulín que estaba justo debajo de su balcón. Ahí debía haber algo escondido, intuyó.
La única manera de acceder al cupulín era bajándose desde el balcón. Se tomó de la baranda con ambos brazos y se fue deslizando lentamente. Estaba algo temeroso, pero esta oportunidad no la iba a dejar pasar. Estiró los brazos y las piernas y con la punta de un pie logró tocar el techo del cupulín. A duras penas y muerto de miedo logró llegar al techo. Justo en el centro del techo vio un compartimiento cilíndrico e intentó desenroscar infructuosamente lo que parecía una tapa. Los bordes estaban pegados por la oxidación y el paso del tiempo. Comenzó a golpear la tapa con la parte de abajo de la palma de su mano. De a poco fue cediendo. Respiró hondo e hizo un último esfuerzo por desenroscar el cilindro. Giró con fuerza y finalmente, embargado por la emoción y todo transpirado logró sacar el cilindro metálico fuera de su compartimento. Adentro había un sobre, lo abrió y encontró cenizas. ¡Seguramente, era uno de los seis sobres con cenizas del Dante! ¡Era un hallazgo sin duda invaluable! Volvió a poner el sobre y el cilindro en su lugar, ya mañana se encargaría de fotografiar, documentar y publicar su descubrimiento.
Se encontraba en cuatro patas sobre el techo del cupulín, dirigió la mirada hacia arriba y un frío agudo le recorrió la nuca. Temblando de miedo se incorporó sobre sus dos piernas para ver mejor lo que le pareció una presencia. Divisó una sombra en uno de los balcones. Una sombra desafiante que le hizo recordar a la figura del Dante, con su perfil tan característico, su nariz aguileña y el mentón prominente como si fueran dos ganchos que  lo apuntaban. También parecía llevar lo que parecía un gorro frigio. Boquiabierto y muerto de miedo, comenzó a perder el equilibrio. Una ráfaga de viento lo hizo tambalear y se dejó caer sobre el cupulín para no caer al vacío. Se agarró con brazos y piernas sobre el techo pero la gravedad lo hacía deslizar lentamente hacia abajo. Intentó aferrarse con más fuerza pero la forma semiesférica del techo no le permitía agarrarse de ningún lado. Finalmente quedó colgando sólo de sus manos de una moldura sobre el final del cupulín. Miró hacia abajo, lo separaban como noventa metros hasta la calle y casi veinte pisos. El viento comenzó a silbar y él creyó escuchar los nueve coros angelicales que representaban el faro.
En ese estado de excitación febril se le cruzó por la mente que tal vez al profanar la cúpula, había profanado el templo dedicado al amor que el Arquitecto Palanti había realizado inspirado en un templo Hindú y que era emblema de la realización de la unión del Dante con su amada Beatrice.
Pero de poco le sirvieron todas estas especulaciones en un momento tan crucial. Fue perdiendo sus fuerzas y finalmente fue cayendo al vacío con lágrimas en los ojos y una extraña sonrisa. Esos pocos segundos de la caída le parecieron una eternidad. Por primera vez y desde una inigualable perspectiva pudo ver metro a metro los cien metros del edificio que representaban los cien cantos de la Divina Comedia. Por primera y última vez pudo contemplar en su plenitud los veintidós pisos que representaban las veintidós estrofas de los versos del gran poeta, hasta que finalmente llegó al último círculo.

Diego Gallotti

12/11/17

Publicado en el blog "INDEC que trabaja" el 14/12/17

martes, 28 de noviembre de 2017

AGATA

         
La nave Survey VII descendió sin mayores problemas en un antiguo valle del planeta ZW3986. A primera vista lo que más impactaba del planeta era su gran sol rojo y sus dos hermosas lunas. Una de las lunas era más grande y con diferentes tonos de azul, la otra era más pequeña y con diversos matices de color violeta. Los exploradores e investigadores espaciales no tenían grandes expectativas sobre las posibilidades de colonización de este frío y pequeño planeta. 
Según los datos recabados por sondas enviadas anteriormente, podía deducirse que antiguamente circularon grandes ríos de algún tipo de fluido y que la atmósfera pudo contener mayor porcentaje de oxígeno que la actual (que llegaba sólo al 10%). Otros de los planetas seleccionados que aún les quedaban por explorar eran más prometedores para el desarrollo de un asentamiento humano. Sin embargo a las pocas horas de recorrer en vehículos todo terreno la zona cercana al descenso, ya hubo grandes descubrimientos.
El grupo de químicos y geólogos se topó con una pequeña laguna y al analizar su contenido con instrumentos de campo obtuvieron como resultado que el líquido poseía una composición aproximada de 82% de agua, 16% de etanol y 2% de minerales y otras sustancias disueltas. Los sedimentos en suspensión le otorgaban a este fluido un color púrpura bellísimo. Los científicos analizaron in situ las sustancias en suspensión y no detectaron ninguna tóxica. Entonces uno de los geólogos se animó a probar un trago. Apenas dio los primeros sorbos su cara se transformó en un faro de felicidad y exclamó: ¡Es el elixir de los dioses!  ¡Tiene un sabor extasiante, maravilloso! Es levemente dulce, con un dejo de acidez y un toque a sabor metálico… Es indescriptible. ¡Prueben, prueben, es riquísimo! Los otros tres integrantes del grupo lo probaron, se les llenaron los ojos de alegría y exclamaron: ¡Es espectacular! ¡Sabrosísimo! ¡Genial! Luego de tomar varios tragos volvieron algo embriagados a la nave para notificar alegre y bulliciosamente el descubrimiento.
En otra zona del valle, junto a un gran volcán que emanaba humo de color amarillento, el grupo de ingenieros y físicos encontró un pequeño pozo de agua, cubierto por una capa de hielo y entusiasmados comenzaron a realizar mediciones para determinar el origen, la cantidad y la calidad del agua disponible.
Pero sin duda el hallazgo más significativo lo realizó el grupo de antropólogos y biólogos. Luego de subir una colina con el vehículo, Zoe, Archi, Vito y Andrea, divisaron semienterradas lo que parecían ser las ruinas de un asentamiento. Los embargó una fuerte emoción y por unos segundos  quedaron paralizados, mudos. Se acercaron lentamente con el vehículo hasta escasos metros de las ruinas y descendieron asombrados. Tocaron el material de la construcción, parecía estar hecho de una aleación de metales y  cerámica muy resistente. Archi divisó lo que parecía una abertura casi totalmente enterrada. Cavaron un poco y decidieron introducirse. Zoe llamó a la nave y reportó totalmente emocionada lo que habían descubierto y todos prendieron las cámaras de sus cascos para que desde la nave pudieran observar lo que ellos veían. Lidia, la capitana de la nave, decidió enviar otro vehículo de apoyo con dos oficiales y dos arqueólogos.
Archi se metió primero por el hoyo y luego lo siguieron Zoe, Andrea y Vito. Adentro estaba totalmente oscuro y lleno del polvo y la arena que configuraban el paisaje exterior. Los cuatro prendieron las linternas de sus cascos y avanzaron por lo que parecía un pasillo inclinado hacia abajo. Mientras caminaban, contemplaron asombrados algunos extraños símbolos e inscripciones que encontraban a su paso.
A la mitad del pasillo encontraron una abertura ovalada que parecía ser una puerta, pero estaba cerrada. Al final del pasillo a la derecha vieron lo que parecía ser una escalera mecánica. No funcionaba, así que se treparon por ella hasta el compartimento superior.
Recorrieron con las linternas lo que parecía ser el comando de una nave.  Comenzaron a sospechar que lo que inicialmente creyeron un asentamiento, bien podía ser una nave espacial.  De pronto Vito encontró algo muy inquietante, impresionante. Divisó el esqueleto de un homínido acostado en el piso, con algunas ropas raídas por el tiempo. Estupefactos los cuatro rodearon al esqueleto y lo examinaron. Era un poco más alto y robusto que ellos, con algunas leves diferencias en el cráneo y la mandíbula, quizás también en el largo de los brazos. A juzgar por la pelvis podía inducirse que era del sexo femenino y parecía estar ahí desde hace un par de siglos.
Desde la nave estudiaban maravillados los pasos de los cuatro científicos a través de cuatro pantallas.
Andrea encontró cerca del esqueleto un disco azul de un material similar al sílice, de aproximadamente unos 20 cm de diámetro y 2 cm de espesor, con algunas inscripciones indescifrables.
De repente oyeron unos ruidos en el compartimento de abajo. Se asomaron por la escalera y reconocieron al equipo de apoyo que subía a su encuentro. Los arqueólogos embelesados comenzaron a fotografiar la sala y a analizar con sumo cuidado el esqueleto, que con todas las precauciones introdujeron en un bolso hermético. El grupo inicial decidió retirarse para que el nuevo equipo trabajara más cómodamente.
Una vez llegados a la nave la tripulación los recibió ovacionándolos totalmente conmocionados. Nadie podía explicar la presencia de ese misterioso homínido en este remoto planeta.
Andrea le dio el disco azul a Jeremy, el jefe de los matemáticos e ingenieros en sistemas para que intentaran descifrar su contenido.
Jeremy y su equipo estuvieron encerrados durante días, obsesionados en tratar de desentrañar el contenido del disco, valiéndose de poderosos programas y computadoras. Luego de arduos trabajos pudieron comenzar a desencriptar el enigmático lenguaje y llegaron a algunas conclusiones.
La homínido que habían encontrado, provenía de la tierra y era la última de su especie.
Al parecer su civilización había padecido guerras internas y también externas, contra civilizaciones de otros planetas. A su vez, por problemas de superpoblación y excesivo consumo de materias primas, recursos naturales y alimentos, habían depredado su planeta y también otros planetas.
Esta último homínido habría realizado un último experimento para perpetuar y mejorar su especie que consistió en viajar en el tiempo hacia la era paleolítica de la Tierra y alterar el código genético de sus ancestros. Modificó el ADN de una homínido hembra a la que llamó Eva.
El experimento se denominaba AGATA, una sigla conformada por las iniciales de una secuencia de cinco nucleótidos de ADN: Adenina, Guanina, Adenina, Timina y Adenina. En  esta secuencia se hallaba la clave para que su especie evolucionara en un homínido competitivo pero a la vez solidario y que tuviera los impulsos e instintos de alimentarse, crecer y reproducirse pero sin llegar a la depredación total de su ambiente. Intentó inculcar atributos que garantizaran su supervivencia pero sin llegar a la aniquilación de su entorno y de su especie. De alguna manera creo a Eva a su imagen y semejanza, la hizo similar pero no igual.
Ágata, así había bautizado Jeremy a la última homínido, introdujo esta secuencia especial de ADN en el brazo inferior derecho del cromosoma sexual XX de Eva. Si el cromosoma sexual XX de la hembra simulara una caja torácica con costillas, al macho con cromosoma sexual XY le faltaría una costilla. Y fue justo en esa costilla cromosómica de Eva en la que Ágata inoculó la secuencia clave.
Jeremy se puso a repasar una y otra vez las conclusiones antes de transmitírselas a Lidia y de pronto comenzaron a sentirse temblores en la nave. Miró a través de las pantallas y se dio cuenta que lo que temblaba no era la nave sino todo el valle donde estaban ubicados. También observó que el volcán que antes largaba un humo amarillento, ahora estaba emitiendo una gran polvareda gris, amarilla y roja.
Pronto el valle se inundó de cenizas y se perdió totalmente la visibilidad. Lidia inmediatamente hizo sonar la alarma de emergencia y ordenó a toda la tripulación que estaba haciendo investigaciones en el valle a que acudieran a la nave urgentemente.
Luego de los temblores comenzaron a abrirse grietas en el valle. Una grieta pasó cerca de la nave y uno de sus tres apoyos cayó en la fisura. La aeronave perdió el equilibrio y se tumbó sobre la pata hundida. La caída hizo retumbar toda su estructura. Jeremy intentó salir de la sala de computadoras pero la puerta estaba trabada. Los investigadores que estaban explorando el valle intentaron regresar pero la nula visibilidad y los sismos hacían que fuera casi imposible. El volcán comenzó a lanzar proyecciones de escorias en todas direcciones, una cayó sobre la astronave provocando un gran impacto. Lidia comenzó a evaluar la posibilidad de despegar con los tripulantes que estuvieran a bordo sin esperar a que regresaran los que habían quedado afuera. Por uno de los monitores vio a Jeremy gritando desesperado y blandiendo en su mano el disco azul. Prendió el audio y escuchó a Jeremy que gritaba enloquecido: ¡Ágata es Dios! ¡Ágata es Dios!
Mientras Lidia se preguntaba quién sería Ágata, una segunda pata de la nave se hundió en el valle. El impacto hizo volar a Jeremy por la sala hasta golpearse la cabeza contra una computadora. A su vez, el disco azul salió despedido por el aire y se estrelló contra una pared. Lidia decidió que era hora de despegar.

  Diego Gallotti
18/10/2013
Publicado por el Blog "INDEC que trabaja" el 4/12/2017

miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Mago

           A Omar le gustaba mucho leer poemas. Últimamente lo habían atrapado terriblemente las obras completas de un autor que había encontrado entre los millares de libros que conformaban la ilustre biblioteca de su difunto padre. Sentía que había belleza y verdad en esos poemas. Eran reveladores, precisos, encantadores. Hacía un par de días que leía el libro, y cuando ya iba por la mitad, descubrió algo extraño. Mientras leía el poema “Oda a la cebolla” que comenzaba así: “Tus finas capas cristalinas, translúcidas y nacaradas, van envolviendo…”, notó que la cebolla que estaba sobre la mesa de la cocina empezó a desaparecer. Terminó el poema y la cebolla se desvaneció totalmente.
            ¡Pero esto es imposible!, exclamó. Buscó en el índice del libro otro poema para corroborar el acto de magia. Encontró uno que se titulaba “Oda a la albahaca” y lo comenzó a leer: “Con el mínimo roce, la sutil caricia, la imperceptible brisa, ofreces perfumes penetrantes, verdes…” y vio que la planta de albahaca que tenía en la maceta comenzaba a desvanecerse. No puede ser…, murmuró.
            Desconcertado, buscó un libro de poemas de otro autor, comenzó a leer “Oda al limón” pero el limón seguía intacto, inmutable. Se quedó un largo rato reflexionando y pensó que lo que podía estar pasando es que el autor de este libro deslumbrante y mágico tenía la capacidad de describir con tal precisión y perfección los objetos que lograba captar su esencia y debido a eso se hacían invisibles. Con razón lo habían atrapado tanto estos poemas. Eran verdaderamente perfectos, sublimes, únicos.
            Comenzó a leer los siguientes poemas con una avidez y vehemencia irrefrenables. No podía parar de leerlos, eran realmente apasionantes, magnéticos. En un momento sintió temor por lo que estaba sucediendo o por lo que podría llegar a pasar. Pero siguió leyendo, no lograba detenerse. Llegó hasta un poema, cuyo título lo aterrorizó, pero no pudo evitar leerlo. La seducción que irradiaban los poemas lo atraían poderosamente, endiabladamente. El libro lo subyugaba, lo doblegaba, lo dominaba.
          Unos días después, el detective comisario entró a la casa, vio el equipo de música aún prendido, un vaso con whisky hasta la mitad arriba de la mesita ratona del living y un libro tirado en el piso junto a uno de los sillones. Lo levantó y miró la última página que habían leído. Tenía una pequeña mancha que parecía ser de una lágrima. El poema se titulaba “Oda al buen lector”. 

Publicado en libro de artista de Diego Gallotti en Mayo del 2012.



martes, 14 de noviembre de 2017

Sueño

Doctor, en toda mi vida sólo recuerdo haber despertado una vez. Creo que tenía aproximadamente ocho años, si tomamos por exacto este extraño y eterno calendario de Morfeo. Despertarme fue realmente novedoso, excitante y también efímero, ya que enseguida volví a lo que creo yo una pesadilla.

Le cuento esto aunque sé que usted es producto de mis sueños, de mi mente, y a pesar de que insista (bajo las órdenes estrictas de mi imaginación) que estoy despierto y que más bien lo que me ocurrió a los ocho años fue un sueño. En fin, le voy a contar otra vez, como si fuera un sueño que se repite, lo que me ocurrió aquel día.

Yo iba caminando con mi familia por las calles de Florencio Varela. Nos dirigíamos a la estación de trenes, luego de haber pasado el domingo en casa de mis abuelos. Mis padres iban adelante. Yo me había retrasado unos pasos e iba casi junto a mi hermano mayor. Estábamos cruzando una calle y de pronto una camioneta dobló rápida y sorpresivamente -o por lo menos para mí fue así, ya que estaba distraído-. De golpe experimenté una rara sensación por lo que, pienso, fue la única vez que desperté. La camioneta frenó a unos pocos centímetros de mí y, shockeado, avancé unos pasos. Luego tuve unos extraños pensamientos. Comencé a imaginar que en realidad estaba muerto, que la camioneta no había frenado y que la muerte consistía en seguir viviendo como en un sueño. 



Cuento publicado en la Revista Exactamente. Año 3 Nº 7, Diciembre de 1996.