Doctor, en toda mi vida sólo recuerdo haber despertado una vez. Creo que tenía aproximadamente ocho años, si tomamos por exacto este extraño y eterno calendario de Morfeo. Despertarme fue realmente novedoso, excitante y también efímero, ya que enseguida volví a lo que creo yo una pesadilla.
Le cuento esto aunque sé que usted es producto de mis sueños, de mi mente, y a pesar de que insista (bajo las órdenes estrictas de mi imaginación) que estoy despierto y que más bien lo que me ocurrió a los ocho años fue un sueño. En fin, le voy a contar otra vez, como si fuera un sueño que se repite, lo que me ocurrió aquel día.
Yo iba caminando con mi familia por las calles de Florencio Varela. Nos dirigíamos a la estación de trenes, luego de haber pasado el domingo en casa de mis abuelos. Mis padres iban adelante. Yo me había retrasado unos pasos e iba casi junto a mi hermano mayor. Estábamos cruzando una calle y de pronto una camioneta dobló rápida y sorpresivamente -o por lo menos para mí fue así, ya que estaba distraído-. De golpe experimenté una rara sensación por lo que, pienso, fue la única vez que desperté. La camioneta frenó a unos pocos centímetros de mí y, shockeado, avancé unos pasos. Luego tuve unos extraños pensamientos. Comencé a imaginar que en realidad estaba muerto, que la camioneta no había frenado y que la muerte consistía en seguir viviendo como en un sueño.
Cuento publicado en la Revista Exactamente. Año 3 Nº 7, Diciembre de 1996.
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