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miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Mago

           A Omar le gustaba mucho leer poemas. Últimamente lo habían atrapado terriblemente las obras completas de un autor que había encontrado entre los millares de libros que conformaban la ilustre biblioteca de su difunto padre. Sentía que había belleza y verdad en esos poemas. Eran reveladores, precisos, encantadores. Hacía un par de días que leía el libro, y cuando ya iba por la mitad, descubrió algo extraño. Mientras leía el poema “Oda a la cebolla” que comenzaba así: “Tus finas capas cristalinas, translúcidas y nacaradas, van envolviendo…”, notó que la cebolla que estaba sobre la mesa de la cocina empezó a desaparecer. Terminó el poema y la cebolla se desvaneció totalmente.
            ¡Pero esto es imposible!, exclamó. Buscó en el índice del libro otro poema para corroborar el acto de magia. Encontró uno que se titulaba “Oda a la albahaca” y lo comenzó a leer: “Con el mínimo roce, la sutil caricia, la imperceptible brisa, ofreces perfumes penetrantes, verdes…” y vio que la planta de albahaca que tenía en la maceta comenzaba a desvanecerse. No puede ser…, murmuró.
            Desconcertado, buscó un libro de poemas de otro autor, comenzó a leer “Oda al limón” pero el limón seguía intacto, inmutable. Se quedó un largo rato reflexionando y pensó que lo que podía estar pasando es que el autor de este libro deslumbrante y mágico tenía la capacidad de describir con tal precisión y perfección los objetos que lograba captar su esencia y debido a eso se hacían invisibles. Con razón lo habían atrapado tanto estos poemas. Eran verdaderamente perfectos, sublimes, únicos.
            Comenzó a leer los siguientes poemas con una avidez y vehemencia irrefrenables. No podía parar de leerlos, eran realmente apasionantes, magnéticos. En un momento sintió temor por lo que estaba sucediendo o por lo que podría llegar a pasar. Pero siguió leyendo, no lograba detenerse. Llegó hasta un poema, cuyo título lo aterrorizó, pero no pudo evitar leerlo. La seducción que irradiaban los poemas lo atraían poderosamente, endiabladamente. El libro lo subyugaba, lo doblegaba, lo dominaba.
          Unos días después, el detective comisario entró a la casa, vio el equipo de música aún prendido, un vaso con whisky hasta la mitad arriba de la mesita ratona del living y un libro tirado en el piso junto a uno de los sillones. Lo levantó y miró la última página que habían leído. Tenía una pequeña mancha que parecía ser de una lágrima. El poema se titulaba “Oda al buen lector”. 

Publicado en libro de artista de Diego Gallotti en Mayo del 2012.



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