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martes, 28 de noviembre de 2017

AGATA

         
La nave Survey VII descendió sin mayores problemas en un antiguo valle del planeta ZW3986. A primera vista lo que más impactaba del planeta era su gran sol rojo y sus dos hermosas lunas. Una de las lunas era más grande y con diferentes tonos de azul, la otra era más pequeña y con diversos matices de color violeta. Los exploradores e investigadores espaciales no tenían grandes expectativas sobre las posibilidades de colonización de este frío y pequeño planeta. 
Según los datos recabados por sondas enviadas anteriormente, podía deducirse que antiguamente circularon grandes ríos de algún tipo de fluido y que la atmósfera pudo contener mayor porcentaje de oxígeno que la actual (que llegaba sólo al 10%). Otros de los planetas seleccionados que aún les quedaban por explorar eran más prometedores para el desarrollo de un asentamiento humano. Sin embargo a las pocas horas de recorrer en vehículos todo terreno la zona cercana al descenso, ya hubo grandes descubrimientos.
El grupo de químicos y geólogos se topó con una pequeña laguna y al analizar su contenido con instrumentos de campo obtuvieron como resultado que el líquido poseía una composición aproximada de 82% de agua, 16% de etanol y 2% de minerales y otras sustancias disueltas. Los sedimentos en suspensión le otorgaban a este fluido un color púrpura bellísimo. Los científicos analizaron in situ las sustancias en suspensión y no detectaron ninguna tóxica. Entonces uno de los geólogos se animó a probar un trago. Apenas dio los primeros sorbos su cara se transformó en un faro de felicidad y exclamó: ¡Es el elixir de los dioses!  ¡Tiene un sabor extasiante, maravilloso! Es levemente dulce, con un dejo de acidez y un toque a sabor metálico… Es indescriptible. ¡Prueben, prueben, es riquísimo! Los otros tres integrantes del grupo lo probaron, se les llenaron los ojos de alegría y exclamaron: ¡Es espectacular! ¡Sabrosísimo! ¡Genial! Luego de tomar varios tragos volvieron algo embriagados a la nave para notificar alegre y bulliciosamente el descubrimiento.
En otra zona del valle, junto a un gran volcán que emanaba humo de color amarillento, el grupo de ingenieros y físicos encontró un pequeño pozo de agua, cubierto por una capa de hielo y entusiasmados comenzaron a realizar mediciones para determinar el origen, la cantidad y la calidad del agua disponible.
Pero sin duda el hallazgo más significativo lo realizó el grupo de antropólogos y biólogos. Luego de subir una colina con el vehículo, Zoe, Archi, Vito y Andrea, divisaron semienterradas lo que parecían ser las ruinas de un asentamiento. Los embargó una fuerte emoción y por unos segundos  quedaron paralizados, mudos. Se acercaron lentamente con el vehículo hasta escasos metros de las ruinas y descendieron asombrados. Tocaron el material de la construcción, parecía estar hecho de una aleación de metales y  cerámica muy resistente. Archi divisó lo que parecía una abertura casi totalmente enterrada. Cavaron un poco y decidieron introducirse. Zoe llamó a la nave y reportó totalmente emocionada lo que habían descubierto y todos prendieron las cámaras de sus cascos para que desde la nave pudieran observar lo que ellos veían. Lidia, la capitana de la nave, decidió enviar otro vehículo de apoyo con dos oficiales y dos arqueólogos.
Archi se metió primero por el hoyo y luego lo siguieron Zoe, Andrea y Vito. Adentro estaba totalmente oscuro y lleno del polvo y la arena que configuraban el paisaje exterior. Los cuatro prendieron las linternas de sus cascos y avanzaron por lo que parecía un pasillo inclinado hacia abajo. Mientras caminaban, contemplaron asombrados algunos extraños símbolos e inscripciones que encontraban a su paso.
A la mitad del pasillo encontraron una abertura ovalada que parecía ser una puerta, pero estaba cerrada. Al final del pasillo a la derecha vieron lo que parecía ser una escalera mecánica. No funcionaba, así que se treparon por ella hasta el compartimento superior.
Recorrieron con las linternas lo que parecía ser el comando de una nave.  Comenzaron a sospechar que lo que inicialmente creyeron un asentamiento, bien podía ser una nave espacial.  De pronto Vito encontró algo muy inquietante, impresionante. Divisó el esqueleto de un homínido acostado en el piso, con algunas ropas raídas por el tiempo. Estupefactos los cuatro rodearon al esqueleto y lo examinaron. Era un poco más alto y robusto que ellos, con algunas leves diferencias en el cráneo y la mandíbula, quizás también en el largo de los brazos. A juzgar por la pelvis podía inducirse que era del sexo femenino y parecía estar ahí desde hace un par de siglos.
Desde la nave estudiaban maravillados los pasos de los cuatro científicos a través de cuatro pantallas.
Andrea encontró cerca del esqueleto un disco azul de un material similar al sílice, de aproximadamente unos 20 cm de diámetro y 2 cm de espesor, con algunas inscripciones indescifrables.
De repente oyeron unos ruidos en el compartimento de abajo. Se asomaron por la escalera y reconocieron al equipo de apoyo que subía a su encuentro. Los arqueólogos embelesados comenzaron a fotografiar la sala y a analizar con sumo cuidado el esqueleto, que con todas las precauciones introdujeron en un bolso hermético. El grupo inicial decidió retirarse para que el nuevo equipo trabajara más cómodamente.
Una vez llegados a la nave la tripulación los recibió ovacionándolos totalmente conmocionados. Nadie podía explicar la presencia de ese misterioso homínido en este remoto planeta.
Andrea le dio el disco azul a Jeremy, el jefe de los matemáticos e ingenieros en sistemas para que intentaran descifrar su contenido.
Jeremy y su equipo estuvieron encerrados durante días, obsesionados en tratar de desentrañar el contenido del disco, valiéndose de poderosos programas y computadoras. Luego de arduos trabajos pudieron comenzar a desencriptar el enigmático lenguaje y llegaron a algunas conclusiones.
La homínido que habían encontrado, provenía de la tierra y era la última de su especie.
Al parecer su civilización había padecido guerras internas y también externas, contra civilizaciones de otros planetas. A su vez, por problemas de superpoblación y excesivo consumo de materias primas, recursos naturales y alimentos, habían depredado su planeta y también otros planetas.
Esta último homínido habría realizado un último experimento para perpetuar y mejorar su especie que consistió en viajar en el tiempo hacia la era paleolítica de la Tierra y alterar el código genético de sus ancestros. Modificó el ADN de una homínido hembra a la que llamó Eva.
El experimento se denominaba AGATA, una sigla conformada por las iniciales de una secuencia de cinco nucleótidos de ADN: Adenina, Guanina, Adenina, Timina y Adenina. En  esta secuencia se hallaba la clave para que su especie evolucionara en un homínido competitivo pero a la vez solidario y que tuviera los impulsos e instintos de alimentarse, crecer y reproducirse pero sin llegar a la depredación total de su ambiente. Intentó inculcar atributos que garantizaran su supervivencia pero sin llegar a la aniquilación de su entorno y de su especie. De alguna manera creo a Eva a su imagen y semejanza, la hizo similar pero no igual.
Ágata, así había bautizado Jeremy a la última homínido, introdujo esta secuencia especial de ADN en el brazo inferior derecho del cromosoma sexual XX de Eva. Si el cromosoma sexual XX de la hembra simulara una caja torácica con costillas, al macho con cromosoma sexual XY le faltaría una costilla. Y fue justo en esa costilla cromosómica de Eva en la que Ágata inoculó la secuencia clave.
Jeremy se puso a repasar una y otra vez las conclusiones antes de transmitírselas a Lidia y de pronto comenzaron a sentirse temblores en la nave. Miró a través de las pantallas y se dio cuenta que lo que temblaba no era la nave sino todo el valle donde estaban ubicados. También observó que el volcán que antes largaba un humo amarillento, ahora estaba emitiendo una gran polvareda gris, amarilla y roja.
Pronto el valle se inundó de cenizas y se perdió totalmente la visibilidad. Lidia inmediatamente hizo sonar la alarma de emergencia y ordenó a toda la tripulación que estaba haciendo investigaciones en el valle a que acudieran a la nave urgentemente.
Luego de los temblores comenzaron a abrirse grietas en el valle. Una grieta pasó cerca de la nave y uno de sus tres apoyos cayó en la fisura. La aeronave perdió el equilibrio y se tumbó sobre la pata hundida. La caída hizo retumbar toda su estructura. Jeremy intentó salir de la sala de computadoras pero la puerta estaba trabada. Los investigadores que estaban explorando el valle intentaron regresar pero la nula visibilidad y los sismos hacían que fuera casi imposible. El volcán comenzó a lanzar proyecciones de escorias en todas direcciones, una cayó sobre la astronave provocando un gran impacto. Lidia comenzó a evaluar la posibilidad de despegar con los tripulantes que estuvieran a bordo sin esperar a que regresaran los que habían quedado afuera. Por uno de los monitores vio a Jeremy gritando desesperado y blandiendo en su mano el disco azul. Prendió el audio y escuchó a Jeremy que gritaba enloquecido: ¡Ágata es Dios! ¡Ágata es Dios!
Mientras Lidia se preguntaba quién sería Ágata, una segunda pata de la nave se hundió en el valle. El impacto hizo volar a Jeremy por la sala hasta golpearse la cabeza contra una computadora. A su vez, el disco azul salió despedido por el aire y se estrelló contra una pared. Lidia decidió que era hora de despegar.

  Diego Gallotti
18/10/2013
Publicado por el Blog "INDEC que trabaja" el 4/12/2017

miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Mago

           A Omar le gustaba mucho leer poemas. Últimamente lo habían atrapado terriblemente las obras completas de un autor que había encontrado entre los millares de libros que conformaban la ilustre biblioteca de su difunto padre. Sentía que había belleza y verdad en esos poemas. Eran reveladores, precisos, encantadores. Hacía un par de días que leía el libro, y cuando ya iba por la mitad, descubrió algo extraño. Mientras leía el poema “Oda a la cebolla” que comenzaba así: “Tus finas capas cristalinas, translúcidas y nacaradas, van envolviendo…”, notó que la cebolla que estaba sobre la mesa de la cocina empezó a desaparecer. Terminó el poema y la cebolla se desvaneció totalmente.
            ¡Pero esto es imposible!, exclamó. Buscó en el índice del libro otro poema para corroborar el acto de magia. Encontró uno que se titulaba “Oda a la albahaca” y lo comenzó a leer: “Con el mínimo roce, la sutil caricia, la imperceptible brisa, ofreces perfumes penetrantes, verdes…” y vio que la planta de albahaca que tenía en la maceta comenzaba a desvanecerse. No puede ser…, murmuró.
            Desconcertado, buscó un libro de poemas de otro autor, comenzó a leer “Oda al limón” pero el limón seguía intacto, inmutable. Se quedó un largo rato reflexionando y pensó que lo que podía estar pasando es que el autor de este libro deslumbrante y mágico tenía la capacidad de describir con tal precisión y perfección los objetos que lograba captar su esencia y debido a eso se hacían invisibles. Con razón lo habían atrapado tanto estos poemas. Eran verdaderamente perfectos, sublimes, únicos.
            Comenzó a leer los siguientes poemas con una avidez y vehemencia irrefrenables. No podía parar de leerlos, eran realmente apasionantes, magnéticos. En un momento sintió temor por lo que estaba sucediendo o por lo que podría llegar a pasar. Pero siguió leyendo, no lograba detenerse. Llegó hasta un poema, cuyo título lo aterrorizó, pero no pudo evitar leerlo. La seducción que irradiaban los poemas lo atraían poderosamente, endiabladamente. El libro lo subyugaba, lo doblegaba, lo dominaba.
          Unos días después, el detective comisario entró a la casa, vio el equipo de música aún prendido, un vaso con whisky hasta la mitad arriba de la mesita ratona del living y un libro tirado en el piso junto a uno de los sillones. Lo levantó y miró la última página que habían leído. Tenía una pequeña mancha que parecía ser de una lágrima. El poema se titulaba “Oda al buen lector”. 

Publicado en libro de artista de Diego Gallotti en Mayo del 2012.



martes, 14 de noviembre de 2017

Sueño

Doctor, en toda mi vida sólo recuerdo haber despertado una vez. Creo que tenía aproximadamente ocho años, si tomamos por exacto este extraño y eterno calendario de Morfeo. Despertarme fue realmente novedoso, excitante y también efímero, ya que enseguida volví a lo que creo yo una pesadilla.

Le cuento esto aunque sé que usted es producto de mis sueños, de mi mente, y a pesar de que insista (bajo las órdenes estrictas de mi imaginación) que estoy despierto y que más bien lo que me ocurrió a los ocho años fue un sueño. En fin, le voy a contar otra vez, como si fuera un sueño que se repite, lo que me ocurrió aquel día.

Yo iba caminando con mi familia por las calles de Florencio Varela. Nos dirigíamos a la estación de trenes, luego de haber pasado el domingo en casa de mis abuelos. Mis padres iban adelante. Yo me había retrasado unos pasos e iba casi junto a mi hermano mayor. Estábamos cruzando una calle y de pronto una camioneta dobló rápida y sorpresivamente -o por lo menos para mí fue así, ya que estaba distraído-. De golpe experimenté una rara sensación por lo que, pienso, fue la única vez que desperté. La camioneta frenó a unos pocos centímetros de mí y, shockeado, avancé unos pasos. Luego tuve unos extraños pensamientos. Comencé a imaginar que en realidad estaba muerto, que la camioneta no había frenado y que la muerte consistía en seguir viviendo como en un sueño. 



Cuento publicado en la Revista Exactamente. Año 3 Nº 7, Diciembre de 1996.