Volvíamos de unas largas y
divertidas vacaciones. Con Pablo habíamos recorrido Tilcara, Purmamarca, La Quiaca
y otras ciudades de la hermosa provincia de Jujuy. Fuimos de mochileros y sobre
el final nos habíamos quedado casi sin plata. Apenas teníamos para comprar los pasajes
de vuelta y algo más. Decidimos dormir sobre unos bancos de la estación de
tren, era verano y hacía calor. A la mañana siguiente tomamos el tren de vuelta
a Buenos Aires.
Elegimos sentarnos en un
asiento doble con otro enfrentado. El paisaje era hermoso. Nos entreteníamos
observando cada estación en la que parábamos y a la gente y vendedores
ambulantes que subían.
Cada tanto el viento traía
tremendas polvaredas que dejaban a todo el vagón y a la gente llena de polvo.
Hacía calor y nos empezó a
dar sed. Con las últimas monedas compramos una botella de agua mineral grande y
comenzamos a tomarla.
Las horas pasaban
interminables. Llegó la noche y dormimos como pudimos en el asiento.
A la mañana siguiente
comenzamos a reírnos porque notamos que los pasajeros que teníamos en el
asiento de enfrente iban cambiando pero nosotros seguíamos sentados en el mismo
lugar, en el mismo asiento, inmutables, eternos, con cada vez más polvo y más hambre.
A la tarde se nos acabó el
agua. Lo que restaba del viaje lo haríamos sin agua y sin comida. El tren había
cruzado un par de provincias pero aún quedaba un largo trecho.
Finalmente llegó la noche y
dormimos a falta de otro entretenimiento. A la mañana siguiente nos dimos
cuenta que faltaba poco. Ya estábamos en la provincia de Buenos Aires.
Estudiamos el letrero con el recorrido de las estaciones y calculamos que
faltaban un par de horas. Habíamos estado dos días sentados y durmiendo en ese
asiento, en ese vagón, en ese tren. Dos días infinitos.
¿Cuál podía ser el colmo
de alguien que deseaba tanto bajarse de ese tren? En un momento llegamos a la
estación de Vicente López, donde se bajaba Pablo, y no nos dimos cuenta. Pablo
se avivó cuando comenzó a andar el tren,
así que bajó de apuro por la ventana y yo le alcancé su mochila con el
tren en movimiento. Nos despedimos risueños y en pocos minutos más llegué a la
terminal de Retiro.
Diego Gallotti
19/10/21
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