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jueves, 16 de agosto de 2018
miércoles, 20 de junio de 2018
Acción final
Alejandro
Fenis tenía setenta y un años, se sentía bien y fuerte. Toda su vida había sido
una persona saludable y había practicado deportes. Pero muy a su pesar, recientemente
le habían descubierto un cáncer terminal.
La noticia lo mantuvo en shock
durante varios días. No lo podía creer, no lo quería creer. Quedó totalmente
consternado, conmocionado, ido. Dormía mal, con pesadillas. Amanecía contracturado, como si le
hubiera pasado un camión por encima.
Un día amaneció mejor, recordando
una serie de preguntas que se había formulado siendo adolescente. Recordó que cuando
tenía aproximadamente quince años comenzó a cuestionar y a cuestionarse todo.
Algunas cosas que se cuestionó estaban relacionadas con lo preestablecido
socialmente. Por ejemplo los diez mandamientos.
En aquel entonces, reflexionó sobre
el mandamiento de "No robarás" y le pareció que socialmente era
recomendable. Meditó sobre el de "No mentir" y le pareció que también
era recomendable no mentir, aunque había mentiras y mentiras. Había mentiras
peligrosas y otras casi sin importancia.
También reflexionó sobre el de
"No matarás" y le pareció que también era lo más recomendable para garantizar
un mínimo de paz social.
Acto seguido pensó que tal vez debía
experimentar cada acción que los diez mandamientos prohibían para conocer mejor
sus implicancias y derivaciones.
La acción de robar ya la había
experimentado de chiquito cuando hurtó un juguete en el jardín de infantes. La de
mentir ya la había experimentado, había mentido algunas veces.
Se dio cuenta que la de matar era la
más peligrosa y oscura. Pensó que de consumarla, lo mejor sería esperar a estar
muy viejo y ya no tener nada que perder si lo atrapaban. Y que lo mejor sería
matar a alguien desconocido, para que sea más difícil descubrirlo, ya que no
tendría ningún móvil que lo uniera con el asesinado. Por ejemplo podría matar a
un linyera, al que nadie reclamaría y a quien no podrían relacionarlo con él.
Estaba recordando estos pensamientos
cuando se dio cuenta que matar a un pordiosero no tenía sentido, no quería
matar a un pobre hombre que nada le había hecho. Tal vez lo mejor sería elegir
a alguien que realmente le haya hecho un mal a la sociedad. Por ejemplo un
político, un presidente. Pero habría que elegir a qué presidente. ¿Al de su
propio país? ¿O buscar al presidente que haya hecho el mayor daño a la
humanidad? Además matar a un presidente con toda la custodia que suelen tener,
no sería nada fácil. ¿Realmente son los presidentes los que más daño hacen? ¿O
quizás son algunos empresarios? ¿O los grandes especuladores financieros que
pueden hacer entrar en crisis a un país? Habría que elegir bien. ¿Cuáles son
las empresas que hacen más daño? ¿Las que fabrican agrotóxicos? ¿Las que
contaminan el aire, el suelo, los alimentos y el agua? ¿Las multinacionales de
medicamentos? ¿Las que fabrican armas? ¿Las que explotan carbón? ¡Cuánta gente
dañina nos rodea! Qué difícil decisión. ¿Estos empresarios e inversionistas
tendrían menos custodia que los presidentes?
Durante varios días estuvo
investigando sobre el tema. Finalmente llegó a la conclusión que lo mejor sería
matar al mayor fabricante de agroquímicos del país, uno de los mayores
responsables de dañar la salud de muchos niños y adultos en grandes zonas
agropecuarias.
Esta idea lo hizo revitalizar. Ya no
dormía mal y sentía que tenía un último proyecto para cumplir. Comenzó a
planificar concienzudamente cada paso a seguir.
La verdad es que la típica boludez
de hacer una lista de cosas que no había hecho en la vida, como tirarse en
paracaídas y otras huevadas que solían aparecer en las películas le parecía una
ridiculez. Además el ya había hecho un montón de cosas en su vida, le quedaban
muy pocas por hacer. Había viajado por los cinco continentes, había volado en
parapente, escalado, esquiado, buceado, etc. Además el asesinar a un empresario
despiadado y sin escrúpulos también era algo que nunca había hecho.
Una vez cometido el crimen, lo mejor
sería dejar una carta sobre el difunto detallando los motivos humanitarios y
ambientales de su acción comunitaria. Quería que su crimen sirviera para que
empresarios, políticos y terratenientes revieran sus políticas contaminantes y
dañinas. Si no lo atrapaban podría seguir escarmentando a fumigadores de
pesticidas, empresarios, políticos y latifundistas y si lo agarraban, estaría
preso sólo por unos meses que era lo que le restaba de vida.
Una de las razones por la que había
elegido como blanco a un fabricante de agrotóxicos es que él era Ingeniero
agrónomo y tenía los contactos para acercarse fácilmente. Toda su vida se había
dedicado a la docencia en la Universidad Nacional de Rosario. Si bien en sus
materias siempre había promovido una mirada hacia la agricultura orgánica,
ecológica y sostenible, tenía algunos contactos con el mundo agro-empresarial.
Se enteró que próximamente en la
ciudad de Junín, en la Provincia de Buenos Aires, se iba a realizar un
encuentro donde iban a asistir empresarios rurales, políticos, académicos e
integrantes del sindicato de peones de campo. El dueño de la empresa RuralMax
al que se puso como objetivo matar, iba a estar presente. Se inscribió por
internet en el evento rural, asistiría como miembro de la Fundación de la
Facultad de Agronomía de Rosario.
Preparó y limpió el revólver calibre
38 que guardaba en su casa por seguridad. Fue a practicar al polígono de tiro
porque hace un par de años que no practicaba. Y se preparó psicológicamente
para la ocasión. Al día siguiente partiría hacia Junín y antes de acostarse
visualizó el plan a seguir una vez más.
A la mañana se despertó algo
nervioso. La adrenalina le corría por todo el cuerpo. Iba a cometer un acto muy
peligroso y temerario pero tenía la seguridad de aquel que no tiene nada que
perder.
Puso el arma en un bolso, se subió
al micro y partió hacia Junín. Durante el viaje se sintió bastante relajado. Se
puso los audífonos y escuchó música, luego visualizó en su mente por enésima
vez los pasos a seguir ni bien llegara al congreso rural.
Luego de unas horas de viaje llegó a
Junín y se dirigió al meeting. Estaba lleno de gente. Se acreditó. Pronto pudo
reconocer a algunos ex colegas de la Facultad y a antiguos alumnos. Varios
vinieron a saludarlo afectuosamente. Se quedó charlando especialmente con
Alberto a quien lo sabía cercano a Martín Arsenio, el presidente de RuralMax. Le
preguntó si lo conocía a Arsenio porque quería consultarle algunas cuestiones,
Alberto amablemente le ofreció presentárselo. Se acercaron los dos al dueño de
RuralMax. Este estaba rodeado de otras dos personas con las que estaba
charlando. Alberto los presentó. Acto seguido, Alejandro desenfundó su arma que
tenía debajo del saco y sin chistar le disparó dos tiros en el pecho a Arsenio.
Este cayó al piso. Uno de los que lo rodeaba salió corriendo, el otro quedó en
shock, Alberto comenzó a gritar llamando a un médico y se agachó para tratar de
asistir al empresario herido de muerte. Dos patovicas de seguridad se
abalanzaron sobre Alejandro. Al primero pudo propinarle una piña pero el
segundo le sacó el arma y lo inmovilizó con una llave de judo.
Enseguida cayó la policía, tomaron
declaraciones a distintos testigos y se llevaron a Alejandro a la comisaría. Lo
dejaron varias horas en el calabozo y luego el comisario quiso hablar con él.
Le preguntó si se declaraba culpable. Alejandro le respondió que sí. El
comisario le preguntó las razones. Alejandro se las dijo y además le dio la
carta que pensaba dejar sobre el cadáver pero que no pudo hacer por culpa de
los patovicas. Le asignaron un abogado para la defensa. Esa noche durmió en el
calabozo. Al día siguiente gracias a la gestión de su abogado, su edad y estado
de salud lo trasladaron a su casa donde debía esperar el juicio.
Los
medios de comunicación comenzaron a llamarlo y a hacerle entrevistas. Alejandro
comenzó a hacer declaraciones en las radios, en la televisión y en los medios
gráficos. En pocos días se hizo famoso. El exponía sus argumentos con tal
convicción y serenidad que cautivaba a una gran cantidad de televidentes.
Empezó a decir que quería inaugurar una nueva moral. Comenzó a preguntar a sus
entrevistadores y al público: ¿Quién hace más daño, un asesino, una crisis
económica, una jugada en la bolsa, una quiebra o una intoxicación por derrames
fluviales? Alejandro creía que estas cuestiones pueden enfermar mucha gente,
inducir suicidios y desorganizar más gravemente el cuerpo social que un
homicidio y por lo tanto debían ser penadas por la ley más fuertemente que un
homicidio. El creía que había cometido un delito y que debía cumplir con la
pena pero también estaba convencido de que se debía penar con la cadena
perpetua o la pena de muerte según la legislación de cada país a los que
diariamente enfermaban y mataban gente con sus acciones irresponsables. Estaba
cansado de ver como muchos grandes monopolios u oligopolios ante cualquier
denuncia por contaminación ambiental salían ilesos gracias a los grandes
estudios jurídicos que contrataban y a alguna que otra multa o soborno que pagaban. Las eventuales
pérdidas por juicios ya estaban calculadas e incluidas en los precios de venta
de sus productos.
Lentamente,
Alejandro comenzó a levantar simpatías sobre sus dichos, no tanto sobre su acto
claro está pero si por la nueva moral que pregonaba. Prontamente, el debate
empezó a centrarse sobre los daños sanitarios y ambientales que producían
algunas empresas, más que por su homicidio. Es más, algunos grupos religiosos
menores lo tomaban de ejemplo. Algunas agrupaciones de izquierda lo
reivindicaban. Otros grupos políticos más moderados lo censuraban pero a la vez
comenzaron a hacer referencia sobre la política ambiental y sanitaria que
Alejandro proclamaba, incluso sobre los interrogantes morales y jurídicos que
planteaba.
A
los pocos días Alejandro asistió a los Tribunales acompañado de su abogado.
Para su sorpresa un grupo de manifestantes lo aclamaban a viva voz y con
carteles sobre la escalinata. Lo habían apodado el “moralista”. Alejandro no
dejaba de asombrarse pero al mismo tiempo comenzó a sentir que revivía, que
rejuvenecía, sintió que este último proyecto de vida lo llenaba de esperanza.
Sintió que estaba gestando un cambio cultural. Ya podía morir feliz.
Diego
Gallotti
19/6/18
martes, 15 de mayo de 2018
viernes, 27 de abril de 2018
Descentrados
Daniel llegó puntual
a la cervecería. Luego cayó Federico.
Daniel: ¡¿Que hacés
Fede?!
Fede: Bien, bien.
Tranquilo. ¿Vos?
D: Bien, también.
Gracias.
F: ¿Nos sentamos acá?
D: No, está muy en el
centro. No me gusta el centro. Mejor en aquel rincón.
F: Bueh, dale. ¿Qué
tenés con el centro? ¡Qué quisquilloso!
D: No, en realidad es
toda una postura filosófica. Luego te explico.
F: Uh, cagamos.
D: Jaja, tranqui.
Ahora te cuento. Es una teoría filosófica que estoy elaborando y que creo voy a
denominar “Nulocentrismo”.
F: ¿Nuloqué?
D: Nulocentrismo. O
sea, nada en el centro.
F: ¿Y eso? ¿Con qué
se come?
D: Ahora te explico,
pero antes pidamos unas cervezas.
F: Dale y una pizza.
D: No pizza, no.
Porque son circulares y me remiten a un centro.
F: Ah bueno. Pero te
estás obsesionando mal. ¿No será mucho?
D: No, es muy
importante. Creo que hay que trabajar y ejercitarse diariamente para dejar de
pensar en un cosmos centralizado.
F: Ah bueno, siempre
estuviste medio loco. Pero últimamente estás para medicarte me parece…
D: Esperá que te
explique y lo vas a entender.
F: A ver, dale.
Contame un poco.
D: Bueno, yo creo que
el hombre, la mujer, el ser humano, el homo sapiens digamos, tiende a tener una
visión egocentrista del mundo.
Aha, dijo Federico mientras tomaba una pinta.
D: Por ejemplo recién
en el siglo XVI con Copérnico se pudo romper con el geocentrismo. La idea de
que nuestro planeta era el centro del sistema solar necesitó varios siglos para
ser refutada.
F: Claro, siempre nos
creemos el ombligo del mundo.
D: ¡Exacto! Ves como
me vas entendiendo.
F: ¿Si, pero que
tiene que ver esto con el Nulocentrismo?
D: Esperá, esperá.
Bueno, luego en el siglo XIX Darwin con su teoría del origen de las especies
logra sacar del centro de la diversidad biológica al homo sapiens. Es decir,
que ya no somos un ser superior, separado y por encima del resto de los
animales. Sino que somos una especie más, producto de la selección natural.
F: Claro, Darwin y
Wallace.
D: Por supuesto, no
hay que olvidarse de Wallace.
F: Ok, entonces vos
lo que estás tratando de decir es que el pensamiento humano se encuentra
limitado por su visión antropocéntrica del mundo.
D: Si, algo así
digamos. Es decir que la humanidad ha debido luchar durante siglos contra esa
tendencia ombliguista para poder llegar a descubrir algunas verdades. Siempre
que se hace un gran descubrimiento tiene que ver con que logró despegarse de
alguna visión antropocéntrica digamos. Algo así.
Ahhh, balbuceó Federico mientras comía unos maníes.
D: Por eso es
importante ejercitarse diariamente para no caer en la tentación del
centralismo.
F: Ah bueno, venías
más o menos bien y te fuiste al carajo. Ya pedí una pizza, porque aunque venga
cuadrada va a tener un centro también.
Y bueh, dijo Daniel mientras terminaba una ipa.
F: ¿Y qué me decís
del universo? ¿Tiene un centro?
D: Bueno, al universo
como está expandiéndose constantemente es más difícil encontrarle un centro.
Además ahora se está hablando de que existen varios universos paralelos. Se
habla de un multiverso.
F: Si, multiverso es
lo que estás haciendo vos jaja.
D: No, no. Ya vas a
ver. Algún día voy a redondear la teoría y la voy a publicar. En forma de
ensayo o lo que sea.
F: Mmmsi, suena
interesante. Me parece que le falta mucho todavía.
D: Si, puede ser.
F: ¿Y con lo
artístico? ¿Tiene algo que ver? Viste que a veces el arte influye en la
filosofía o viceversa.
D: Bueno justamente
ayer estaba pensando en eso. Creo que el ser humano debería aprender a estudiar
o investigar un tema con la mirada que a veces tienen algunos artistas.
F: ¿Qué mirada?
D: Por ejemplo, viste
que en la mayoría de los cuadros sobre batallas el pintor se sitúa como en el
medio de la batalla. Como es el caso de “La libertad guiando al pueblo” de
Delacroix, ponele. Pero yo creo que habría que practicar más una mirada como la
del pintor Cándido López. Sus batallas parecen pintadas desde una gran colina
inexistente, o como si fuera un pájaro sobrevolando el campo de batalla o como
si fuera un Dios, o algo así.
F: Ah, que
interesante. Si. Cómo si se despegara
del objeto a describir. Eso me recuerda al principio de incertidumbre de
Heisenberg. Si observamos un objeto ya lo estamos alterando y por lo tanto no
podemos conocer todas sus características naturales.
D: Claro, exacto.
¿Ves cómo se relaciona todo con el nulocentrismo? La intervención del hombre
altera todo. Necesitamos apartar al hombre del centro.
F: Bueh, te estás
transformando en un fundamentalista del nulocentrismo jaja.
D: Volviendo al tema
de las pinturas. También pasa algo parecido con los marcos de los cuadros.
F: ¿Los marcos? ¿Qué
tienen que ver? ¿Tomaste mucho?
D: No. Por ejemplo
los pintores abstractos argentinos fueron los primeros en realizar obras
visuales con marcos en forma de polígonos irregulares. O sea, sin marcos
cuadrados o rectangulares.
F: Ah, mirá.
D: Dónde es más
difícil encontrar su centro, claro.
F: Claro. Igual, te
estás desviando de la idea central me parece.
D: ¿Central? ¿Me estás
cargando? ¡Ni la nombres a esa palabra!
F: Ah bueno… juajajj.
¿Qué, sos de Newells acaso?
D: ¿De qué te reís?
Es algo muy serio lo que estoy diciendo. La filosofía no es moco de pavo. ¿Que
hubiera sido de la humanidad si hubiera prevalecido el pensamiento de Pascal en
lugar del de Descartes?
F: Ni idea.
D: Si, si no hubiera
prosperado el mecanicismo de Descartes por ejemplo.
F: No sé.
D: ¿Qué hubiera
pasado luego en el siglo XIX si hubiera prevalecido la escuela filosófica
alemana en lugar de la francesa?
F: ¿Si no hubiera
prosperado el positivismo decís? Ni idea. No soy futurólogo. ¿Estaríamos en un
mundo más humano? ¿Más sensible acaso?
D: Como te decía, no
hay que menospreciar a la filosofía.
F: Nooo, por favor.
Tampoco menospreciemos a esta hermosa y circular pizza.
D: Dale, seguí
jodiendo.
Federico masculló unas palabras inentendibles mientras
comía una porción de muzza.
Mmm, está rica dijo Daniel mientras saboreaba su porción.
F: Volviendo al tema
del arte. Eso que decís de la mirada que sobrevuela una escena creo que se
puede apreciar en algunas obras de El Bosco, por ejemplo en “El jardín de las
delicias”.
D: Si, claro. Puede
ser. Algo así.
F: Y volviendo al
arte abstracto. No sólo en los marcos se puede observar una “descentralización”
digamos. Pienso que en los expresionistas abstractos por ejemplo, los trazos y
manchas muchas veces no tienen una composición central como en algunos cuadros
figurativos. Digamos que esos trazos a veces impulsivos dan una sensación de
ser parte de un cuadro ilimitado. Algo así como si el marco estuviera
delimitando algo más grande. Un macrocosmos o un microcosmos incluso.
D: Claro, si. Buena,
observación.
F: ¿Y con lo político
tiene alguna relación? Viste que la filosofía a veces influye en la política y
viceversa…
D: Si, claro. Bueno
ahora se está hablando de democracia participativa. De descentralización. De
delegar poder a los municipios, a las ciudades, a las regiones, a las comunas,
al ciudadano. En las democracias más avanzadas se está tratando de dejar el
centralismo, de acercarse a los problemas de la gente. En fin, de
descentralizar.
F: Claro, es verdad.
¿Aunque en muchos lugares suena muy utópico no?
D: Si, claro.
Seguramente.
F: Mmm, lo tenés
bastante pensado al tema.
D: Si, bastante.
Bueno es hora de ir pagando la cuenta me parece, dijo
Federico tapándose con la mano un bostezo.
D: Si, dale. Che,
volviendo al arte. Sabés que hace tiempo que tengo una idea que en cualquier
momento voy a concretar…
F: ¿Cuál?
D: Mi idea es hacer
una serie de cuadros con marcos poligonales móviles, plegables. La obra estaría
compuesta por planchas de acetato de colores que estarían conectadas entre sí y
a los distintos lados del marco móvil. Entonces uno al mover y plegar el marco
automáticamente también movería las planchas y por lo tanto estaría creando una
obra móvil, variable y sin un centro fijo.
F: Ah, genial. Muy
interesante.
D: Bueno, dejemos la propina
y vámonos.
F: Dale. Che, estoy
en auto. ¿Te alcanzo? ¿A dónde vas?
D: Al centro.
Diego
Gallotti
27/4/18
27/4/18
domingo, 4 de marzo de 2018
Finalista
Mis poemas "Escondida" y "Reiniciado" fueron seleccionados para el XXIII Certamen Internacional de Poesía y Cuento organizado por el "Grupo de Escritores Argentinos".
jueves, 25 de enero de 2018
martes, 2 de enero de 2018
Mi tatarabuelo, héroe de la independencia
Mijito, ahora que cumpliste doce años te voy a contar la historia
que mi abuelo Eustaquio me relató cuando yo tenía tu misma edad. El relato es sobre
su actuación en la heroica batalla de Tucumán. Una batalla que según dicen los
expertos fue crucial para nuestra independencia nacional y para la de varios
países de Sudamérica.
Recuerdo la historia como si me la hubiera contado hoy, y
eso que ya pasaron casi ochenta años. Te la voy a contar para que luego vos se
la cuentes a tu nieto, pues me prometí que tal espectacular y apasionante
historia debería traspasarse de boca en boca, de generación en generación y quién
sabe, quizás algún día escribirse o filmarse.
Mi abuelo, es decir tu tatarabuelo Eustaquio, era un
hombre alto, enjuto pero fuerte. Recuerdo que me contó la historia un domingo
de verano que lo habíamos ido a visitar a su quinta mientras preparaba un asado
a la parrilla. Lo hizo, acomodando los chinchulines acá y allá, pinchando los
chorizos para desgrasarlos y distribuyendo las brasas con maestría, como quien
disfruta y tiene experiencia en lo que hace.
Era un hombre parco, de pocas palabras. Por eso quizás
recuerde el relato tan vívidamente, porque nunca me habló tanto como en ese
día. Recientemente había cumplido noventa años y lo habían condecorado con una
medalla por su actuación en la decisiva batalla de Tucumán. Para esa época,
noventa años eran muchos, la gente moría más joven. Ya quedaban pocos soldados
que hubieran luchado en esa victoriosa batalla, sino es que era el último.
Muchos malevos le seguían teniendo miedo a pesar de su
edad. Decían que tenía un pacto con el diablo y que la única manera de matarlo
era clavándole una daga de plata en medio del pecho. El no les daba importancia
a esas habladurías, pero al mismo tiempo le gustaba seguirles el juego, y
respondía misteriosa y crípticamente.
Tenía un aspecto hosco y bravío y en sus antebrazos se
podía leer un intrincado mapa confeccionado por cicatrices de guerra. Dicen que
el torso lo tenía lleno de cicatrices de lanza, bayoneta y bala pero nunca se
las vi, siempre lo vi con camisa. Vestía con bombacha gaucha, faja, facón y
tenía el pelo y la barba largos, tupidos y blancos.
Recuerdo que ese día le pregunté por la medalla y fue la
única vez que lo vi sonreír en mi vida. Fue una sonrisa rara. Sonrió sólo con
los ojos y acto seguido me pareció entrever como una mueca de tristeza. Luego
lenta y pausadamente comenzó su relato. Que paso a reproducírtelo tal cual como
fue:
Mijito, ya cumpliste 12 años, creo que ya es tiempo de
que te cuente la historia por la que me dieron la medalla.
Corría el año 1812 y yo participaba del ejército del
norte. Veníamos desde Jujuy bajando hacia Tucumán bajo las órdenes del General
Manuel Belgrano. El ejército venía muy lastimado, derrotado de la batalla del
Desaguadero. Estábamos cansados, hambrientos, con la moral baja y para colmo
teníamos al ejército español del General Tristán pisándonos los talones.
El General Belgrano a fuerza de trabajo y ejemplo, ya se
había ganado el respeto de todos. Hasta de aquellos oficiales que al principio
desconfiaban del abogadito de Buenos Aires. Y en días posteriores demostraría
que para esa altura, ya era un experto militar.
Nunca lo vi flaquear, ni retroceder. Una vez que tomaba
una decisión, arremetía feroz. No lo amedrentaban ni los godos, ni las viles y
cobardes órdenes de replegarse que le enviaban desde de Buenos Aires.
Eran momentos de grandes decisiones y
Belgrano tomó una muy importante. Nuestro ejército llegó a la casa de Yatasto y
giramos a la izquierda por el viejo camino carretero "Burruyacu", el que
se dirige a Santiago del Estero. Pero luego de pasar por el poblado de
Burruyacu, nuestro general ordenó que nos detengamos en La Encrucijada,
inmediato a La Ramada, cerca de Tucumán. Se reunió con Juan Ramón Balcarce, un
hombre de tal carisma que podía hablarle a las piedras y convencerlas para que
se uniesen al ejército y le dio las más amplias facultades e instrucciones para
sumar soldados y armas al ejército y
arengar a los vecinos de Tucumán para la defensa. Pero no hizo falta su capacidad
de entusiasmar, los tucumanos ya estaban muy decididos a defender a su tierra y
a sus familias.
Belgrano advierte la férrea convicción
de los tucumanos y el hito histórico que implicaba quedarse. Convencido, decide
entrar a la ciudad y nos ordena organizar febrilmente la defensa y preparar a la
tropa para lo que se venía.
Tristán, confiado en que huíamos hacia
Córdoba por el camino que habíamos tomado, no se esperaba la sorpresa y se
demoró unos días en Metán. Cosa que aprovechamos para adiestrar mejor a los
recién llegados.
Nuestro general, ordenó fosear las
bocacalles de la plaza y colocar la artillería. Mientras tanto llegaban
refuerzos desde Catamarca y Santiago. Llegaban contingentes pequeños pero
valientes, con ellos se formaron los cuerpos de caballería llamados los "Decididos".
No había suficientes provisiones, ni armas, ni uniformes para todos, pero se
los adiestraba diariamente. Muchos tuvieron que improvisar sus lanzas con
cuchillos enastados en tacuaras, pero a ningún gaucho le faltó su facón en la
cintura o sus boleadoras, lazo y guardamonte.
El ejército español dejó Metán y
avanzaba desprevenido por el camino de la posta hacia Tucumán.
Para esa época yo era Sargento y bajo las órdenes del
capitán Esteban Figueroa, me tocó integrar una partida para hostigar a la
vanguardia española que nos venía molestando desde hace días. Junto con mi
amigo el cabo Savino y los gauchos a nuestro mando apresamos al Coronel Huici,
el perseguidor más porfiado del ejército enemigo. Este malandra, había llegado
al pueblo de Trancas y adelantándose con dos más desmontaron frente a una casa.
Y fue ahí que nuestro baqueano el chino Suarez, escondido desde un pajonal los
divisó. Enseguida les caímos al humo como endemoniados, los hicimos volver a
montar y cuándo ya estaban llegando el resto de los españoles, nos escapamos
volando con nuestros pintos.
Imaginate la alegría de nuestros
compañeros cuando nos vieron llegar con estos sátrapas. La moral subió de
nuevo, estaban contentísimos. Todos festejamos. ¡Vaya sorpresa para los
españoles!
Otras de las sorpresas fueron el vacío
y el silencio que hallaron los españoles en todo el camino. Y ni hablar de las
partidas criollas que desde todos los flancos los hostigábamos noche y día. El
23 de septiembre los españoles llegaron a Los Nogales y Tristán tuvo la máxima
sorpresa: nuestro ejército con Belgrano a la cabeza lo estaba esperando listo
para la batalla.
El 24 de septiembre a la mañana,
Tristán y su ejército marchan hacia la ciudad. Al llegar a Los Pocitos, nuestro
temerario oficial de Dragones, Don Gregorio Aráoz de Lamadrid, se adelantó con
algunos de sus soldados y prendió fuego los campos del frente. Supieron
aprovechar bien el viento del sur, pues el fuego les llegó a los enemigos a
través de terroríficas llamaradas. Los españoles se desordenaron chamuscados y
doblaron hacia el oeste hasta dar con el camino del Perú por donde siguieron. Pasando
una legua la ciudad de Tucumán se detuvieron y le dieron el frente al Manantial.
Nuestro ejército daba frente al norte
y contramarchamos para situarnos temerariamente en el Campo de las Carreras,
muy cerca y de cara al enemigo. Eso sí que no se lo esperaban.
Los españoles eran cerca de cuatro mil
y nosotros cerca de dos mil. Nos duplicaban en número, sin embargo estábamos
ahí, bramándoles en la cara.
Nuestras gloriosas tropas de
caballería cubrían las alas del ejército, estando la de la derecha mandada por
Juan Ramón Balcarce, apoyada por una sección de Dragones y la caballería gaucha
de los tucumanos (una de las más entusiastas y combativas).
La batalla fue infernal, casi
indescriptible. La izquierda y el centro enemigos fueron arrollados
formidablemente. Nuestra izquierda fue rechazada y perdió terreno en desorden.
La confusión era tal que el comandante Superí fue prisionero por una partida
enemiga que luego tuvo que ceder a otra nuestra que la batió y lo recuperó. Los
españoles debido al diferente resultado del combate en sus dos alas se vio
fraccionado y hubo una total confusión.
Y para colmo, en medio de tal batahola
pasó algo totalmente inesperado que nos ayudó como por obra del Señor. Como un
presagio bíblico en mitad de la batalla nos sorprendió un ventarrón infernal
que soplaba desde el sur. De pronto se escuchó un ruido espantoso, horroroso,
producido por el vendaval que golpeaba en los bosques de la sierra y en los
montes y en los árboles que nos rodeaban. Una polvareda gigantesca cubrió el
cielo y lo que más consternó al enemigo del Alto Perú que nunca habían
experimentado algo así fue que una gran manga de langostas tapó el sol y
parecía que se acababa el mundo. Era el holocausto. Millares de langostas
hambrientas, escapando del fuerte viento se largaban en picada hacia la tierra
y hacían fuertes y secos impactos en el pecho y en la cara de los combatientes.
Hasta nosotros mismos que conocíamos el fenómeno, al sentir esos golpes nos
creíamos heridos de bala. Imaginate el espanto de los alto peruanos al sentir
en sus cuerpos tal cantidad de "balazos" que no eran más que langostazos.
Estaban aterrorizados. Ese día hasta las langostas fueron patriotas. Dicho
esto, me pareció adivinarle otra media sonrisa a mi abuelo, pero no estoy
seguro porque mientras me relataba la historia, hacía un sinfín de ademanes y
gestos que por momentos le tapaban el rostro escondido entre la abundante
pelambre.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió:
En la batalla, yo integré la caballería
gaucha del ala derecha, que fue bastante decisiva para el resultado final. Aquel
día, los gauchos sacamos fuerza desde la mismísima tierra que nos parió y avanzamos
como desaforados, como poseídos por
mandinga y atropellamos al enemigo en una tromba de rabia irrefrenable. Con las
lanzas en ristre, a toda furia y dando alaridos como indios salvajes cargamos
sobre los españoles. Nada, ni nadie se nos pudo oponer. La caballería enemiga
de Tarija, al vernos llegar como fantasmas encolerizados, se asustaron y
huyeron atemorizados. Ni la infantería española nos pudo contener, los pasamos
por arriba como alambre caído y cuando se dieron cuenta, nos tenían en la
retaguardia. Atravesamos al ejército español de parte a parte como a un queso.
Llegamos hasta el fondo, hasta donde estaban los equipajes y las mulas cargadas
de oro y plata del ejército real. Muchos gauchos ante ese espectáculo, se
dispersaron para dedicarse a despojar de las riquezas al enemigo. La caballería
gaucha había sido improvisada en pocos días y no había habido tiempo de
adiestrarlos debidamente para el combate. Después de cumplir su deber, cuando vieron
aquellos tesoros, creyeron que tenían derecho a tomarlos. Y para tomarlos
rompieron la formación. Para ellos era
su botín. En fin, la guerra se hizo como pudo.
Pero no todo fue color de rosas, en esa
embestida atroz lo hirieron a mi querido Savino. Nunca vi a alguien pelear tan hábil
y salvajemente como a él. Era un hombre pequeño, delgado pero con una furia
indómita. Sus brazos se movían tan velozmente en el aire que no se los podían
ver. Era como un colibrí aleteando en el campo de batalla. Sólo se oía el
zumbido fatal del sable cuándo ya era tarde para el enemigo. Era ágil con el
caballo como ninguno, podía inclinarse y recoger una flor del campo en pleno
galope. Ese día fatal lo vi entreverarse entre los españoles dando mandobles y
sablazos a diestra y siniestra. Hasta que se le fueron al humo tres españoles
juntos. El primero no tuvo tiempo ni de asestar un golpe, el frío metal del
sable de Savino encontró su garganta y la tajeó como si nada. El segundo llegó
a tirar un sablazo pero Savino lo esquivó agachándose veloz. El tercero fue fatal,
le asestó tal golpe, que le llegó a abrir la panza a nuestro querido cabo. Savino
cayó al piso muy mal herido, pero increíblemente lejos de amedrentarse recogió sus
tripas, se las acomodó y siguió en carrera. Luego lo perdí de vista entre la
polvareda. Mi abuelo relataba el episodio como poseído, haciendo zumbar su
propio facón en el aire de una manera increíblemente ágil para su edad. Entre
tanta escaramuza un chorizo se deslizó por la parrilla y hábilmente lo ensartó
en el aire con la punta del facón al grito de: ¡Huija, no te me desacates!
Hizo una pausa bastante larga y
apesadumbrada y finalmente continuó:
El ejército realista al verse sin
plata, ni equipaje y en tierra muy hostil, se fue acobardando y a pensar que
era mejor retirarse.
Belgrano con otros oficiales fue
empujado por el desbande de la caballería santiagueña fuera del campo de
batalla hasta cerca del Rincón por Santa Bárbara. Tristán, replegado sobre el
Manantial con una columna que salvó trataba de reunir a sus soldados dispersos.
Entre tanto, la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla pero
viéndose sola se replegó sobre la ciudad y entró para acantonarse y preparar la
defensa bajo el mando de mi tocayo el coronel Díaz Vélez. El ejército español
llegó hasta las goteras de Tucumán donde se quedó como sitiándola. Belgrano
acompañado por el coronel Moldes y sus soldados estaba en el Rincón, dónde
permanecía sin saber a ciencia cierta el resultado final de la batalla.
Finalmente, el General Paz se encuentra con Belgrano, le relata su entrada en
la ciudad y lo anoticia de que en ella se hallaba fuerte toda su infantería, con
lo cual nuestro querido y gran general sabiendo ya del triunfo de la caballería
tucumana vio que la batalla se había decidido a nuestro favor.
Durante esa tarde y el día siguiente
hubo una total inacción y perplejidad de parte de Tristán y sus hombres. Seguramente
se debió a que se quedaron sin municiones y su tropa estaba acobardada por las
partidas de gauchos que andaban por el campo y sus alrededores dedicados a una sistemática
limpieza de enemigos sueltos.
Ignorante de las fuerzas que salvara
Belgrano, Tristán no sabía qué hacer. Durante la tarde del día 25 el español se
convenció de que no tomaría la ciudad, vio que era amenazado de afuera por
columnas patriotas que entorno a Belgrano se irían engrosando y se dio por
vencido. Esa misma noche emprendió su retirada hacia Salta.
Nosotros festejamos. Ese día hubo
fogón y fiesta. Guitarreadas y payadas por doquier. Hasta Savino se escapó de
la enfermería para festejar. Esa noche lo vi jugando a los dados sin quejarse.
Pero el pobre al día siguiente amaneció muerto, la herida había sido muy aguda.
Bueno mijo, esta es toda la historia,
dijo palmeándome el hombro. Con todo lo bueno, lo malo, lo triste y lo alegre
que pueda tener. Luego los señores eruditos podrán disertar sobre las
estrategias y las tácticas empleadas por ambos bandos y las cuestiones
políticas en las que se enmarcó la batalla. Lo que si te puedo decir es que
fueron tiempos de mucho sacrificio, pasión y convicción. Luego el país se metió
en una larga lucha interna de la que no quise participar. ¡Ahijuna que este
país está hecho de claroscuros! De choques y conflictos pero también de una
suave y mansa recomposición. De unión y
cooperación. Habrá que saber separar la paja del trigo y parar con tantas
pendejadas. Parar con tanta lucha fratricida. Que al mundo no vinimos para
pelear entre hermanos sino para aprender y para crecer. Esas fueron las
palabras finales del abuelo.
A los pocos meses lo alcanzó la
muerte. Fue una muerte repentina, lo abrazó de noche y durmiendo. Lo velamos y cuando
besé su semblante vi que por primera vez irradiaba paz.
Diego S. Gallotti
19/12/2014
Publicado por el blog "INDEC que trabaja" en diciembre de 2014
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