Era un domingo caluroso de
verano, con mis hermanos escuchamos pasar por la cuadra al camioncito con
megáfono del vendedor de sandías. El cantito era inconfundible, sonaba
metálico, vibrante, como entrecortado. Se escuchaba distorsionado y dulce a la
vez. Vendía baratas las "sandias". Insistimos a nuestros padres para
que compraran una. Al rato estábamos en la mesa devorando grandes porciones de
sandía jugosa y fresca. Una vez saciados, comenzamos a escupir las semillas y
dejamos todo enchastrado.
Diego Gallotti
3/1/20