Alejandro
Fenis tenía setenta y un años, se sentía bien y fuerte. Toda su vida había sido
una persona saludable y había practicado deportes. Pero muy a su pesar, recientemente
le habían descubierto un cáncer terminal.
La noticia lo mantuvo en shock
durante varios días. No lo podía creer, no lo quería creer. Quedó totalmente
consternado, conmocionado, ido. Dormía mal, con pesadillas. Amanecía contracturado, como si le
hubiera pasado un camión por encima.
Un día amaneció mejor, recordando
una serie de preguntas que se había formulado siendo adolescente. Recordó que cuando
tenía aproximadamente quince años comenzó a cuestionar y a cuestionarse todo.
Algunas cosas que se cuestionó estaban relacionadas con lo preestablecido
socialmente. Por ejemplo los diez mandamientos.
En aquel entonces, reflexionó sobre
el mandamiento de "No robarás" y le pareció que socialmente era
recomendable. Meditó sobre el de "No mentir" y le pareció que también
era recomendable no mentir, aunque había mentiras y mentiras. Había mentiras
peligrosas y otras casi sin importancia.
También reflexionó sobre el de
"No matarás" y le pareció que también era lo más recomendable para garantizar
un mínimo de paz social.
Acto seguido pensó que tal vez debía
experimentar cada acción que los diez mandamientos prohibían para conocer mejor
sus implicancias y derivaciones.
La acción de robar ya la había
experimentado de chiquito cuando hurtó un juguete en el jardín de infantes. La de
mentir ya la había experimentado, había mentido algunas veces.
Se dio cuenta que la de matar era la
más peligrosa y oscura. Pensó que de consumarla, lo mejor sería esperar a estar
muy viejo y ya no tener nada que perder si lo atrapaban. Y que lo mejor sería
matar a alguien desconocido, para que sea más difícil descubrirlo, ya que no
tendría ningún móvil que lo uniera con el asesinado. Por ejemplo podría matar a
un linyera, al que nadie reclamaría y a quien no podrían relacionarlo con él.
Estaba recordando estos pensamientos
cuando se dio cuenta que matar a un pordiosero no tenía sentido, no quería
matar a un pobre hombre que nada le había hecho. Tal vez lo mejor sería elegir
a alguien que realmente le haya hecho un mal a la sociedad. Por ejemplo un
político, un presidente. Pero habría que elegir a qué presidente. ¿Al de su
propio país? ¿O buscar al presidente que haya hecho el mayor daño a la
humanidad? Además matar a un presidente con toda la custodia que suelen tener,
no sería nada fácil. ¿Realmente son los presidentes los que más daño hacen? ¿O
quizás son algunos empresarios? ¿O los grandes especuladores financieros que
pueden hacer entrar en crisis a un país? Habría que elegir bien. ¿Cuáles son
las empresas que hacen más daño? ¿Las que fabrican agrotóxicos? ¿Las que
contaminan el aire, el suelo, los alimentos y el agua? ¿Las multinacionales de
medicamentos? ¿Las que fabrican armas? ¿Las que explotan carbón? ¡Cuánta gente
dañina nos rodea! Qué difícil decisión. ¿Estos empresarios e inversionistas
tendrían menos custodia que los presidentes?
Durante varios días estuvo
investigando sobre el tema. Finalmente llegó a la conclusión que lo mejor sería
matar al mayor fabricante de agroquímicos del país, uno de los mayores
responsables de dañar la salud de muchos niños y adultos en grandes zonas
agropecuarias.
Esta idea lo hizo revitalizar. Ya no
dormía mal y sentía que tenía un último proyecto para cumplir. Comenzó a
planificar concienzudamente cada paso a seguir.
La verdad es que la típica boludez
de hacer una lista de cosas que no había hecho en la vida, como tirarse en
paracaídas y otras huevadas que solían aparecer en las películas le parecía una
ridiculez. Además el ya había hecho un montón de cosas en su vida, le quedaban
muy pocas por hacer. Había viajado por los cinco continentes, había volado en
parapente, escalado, esquiado, buceado, etc. Además el asesinar a un empresario
despiadado y sin escrúpulos también era algo que nunca había hecho.
Una vez cometido el crimen, lo mejor
sería dejar una carta sobre el difunto detallando los motivos humanitarios y
ambientales de su acción comunitaria. Quería que su crimen sirviera para que
empresarios, políticos y terratenientes revieran sus políticas contaminantes y
dañinas. Si no lo atrapaban podría seguir escarmentando a fumigadores de
pesticidas, empresarios, políticos y latifundistas y si lo agarraban, estaría
preso sólo por unos meses que era lo que le restaba de vida.
Una de las razones por la que había
elegido como blanco a un fabricante de agrotóxicos es que él era Ingeniero
agrónomo y tenía los contactos para acercarse fácilmente. Toda su vida se había
dedicado a la docencia en la Universidad Nacional de Rosario. Si bien en sus
materias siempre había promovido una mirada hacia la agricultura orgánica,
ecológica y sostenible, tenía algunos contactos con el mundo agro-empresarial.
Se enteró que próximamente en la
ciudad de Junín, en la Provincia de Buenos Aires, se iba a realizar un
encuentro donde iban a asistir empresarios rurales, políticos, académicos e
integrantes del sindicato de peones de campo. El dueño de la empresa RuralMax
al que se puso como objetivo matar, iba a estar presente. Se inscribió por
internet en el evento rural, asistiría como miembro de la Fundación de la
Facultad de Agronomía de Rosario.
Preparó y limpió el revólver calibre
38 que guardaba en su casa por seguridad. Fue a practicar al polígono de tiro
porque hace un par de años que no practicaba. Y se preparó psicológicamente
para la ocasión. Al día siguiente partiría hacia Junín y antes de acostarse
visualizó el plan a seguir una vez más.
A la mañana se despertó algo
nervioso. La adrenalina le corría por todo el cuerpo. Iba a cometer un acto muy
peligroso y temerario pero tenía la seguridad de aquel que no tiene nada que
perder.
Puso el arma en un bolso, se subió
al micro y partió hacia Junín. Durante el viaje se sintió bastante relajado. Se
puso los audífonos y escuchó música, luego visualizó en su mente por enésima
vez los pasos a seguir ni bien llegara al congreso rural.
Luego de unas horas de viaje llegó a
Junín y se dirigió al meeting. Estaba lleno de gente. Se acreditó. Pronto pudo
reconocer a algunos ex colegas de la Facultad y a antiguos alumnos. Varios
vinieron a saludarlo afectuosamente. Se quedó charlando especialmente con
Alberto a quien lo sabía cercano a Martín Arsenio, el presidente de RuralMax. Le
preguntó si lo conocía a Arsenio porque quería consultarle algunas cuestiones,
Alberto amablemente le ofreció presentárselo. Se acercaron los dos al dueño de
RuralMax. Este estaba rodeado de otras dos personas con las que estaba
charlando. Alberto los presentó. Acto seguido, Alejandro desenfundó su arma que
tenía debajo del saco y sin chistar le disparó dos tiros en el pecho a Arsenio.
Este cayó al piso. Uno de los que lo rodeaba salió corriendo, el otro quedó en
shock, Alberto comenzó a gritar llamando a un médico y se agachó para tratar de
asistir al empresario herido de muerte. Dos patovicas de seguridad se
abalanzaron sobre Alejandro. Al primero pudo propinarle una piña pero el
segundo le sacó el arma y lo inmovilizó con una llave de judo.
Enseguida cayó la policía, tomaron
declaraciones a distintos testigos y se llevaron a Alejandro a la comisaría. Lo
dejaron varias horas en el calabozo y luego el comisario quiso hablar con él.
Le preguntó si se declaraba culpable. Alejandro le respondió que sí. El
comisario le preguntó las razones. Alejandro se las dijo y además le dio la
carta que pensaba dejar sobre el cadáver pero que no pudo hacer por culpa de
los patovicas. Le asignaron un abogado para la defensa. Esa noche durmió en el
calabozo. Al día siguiente gracias a la gestión de su abogado, su edad y estado
de salud lo trasladaron a su casa donde debía esperar el juicio.
Los
medios de comunicación comenzaron a llamarlo y a hacerle entrevistas. Alejandro
comenzó a hacer declaraciones en las radios, en la televisión y en los medios
gráficos. En pocos días se hizo famoso. El exponía sus argumentos con tal
convicción y serenidad que cautivaba a una gran cantidad de televidentes.
Empezó a decir que quería inaugurar una nueva moral. Comenzó a preguntar a sus
entrevistadores y al público: ¿Quién hace más daño, un asesino, una crisis
económica, una jugada en la bolsa, una quiebra o una intoxicación por derrames
fluviales? Alejandro creía que estas cuestiones pueden enfermar mucha gente,
inducir suicidios y desorganizar más gravemente el cuerpo social que un
homicidio y por lo tanto debían ser penadas por la ley más fuertemente que un
homicidio. El creía que había cometido un delito y que debía cumplir con la
pena pero también estaba convencido de que se debía penar con la cadena
perpetua o la pena de muerte según la legislación de cada país a los que
diariamente enfermaban y mataban gente con sus acciones irresponsables. Estaba
cansado de ver como muchos grandes monopolios u oligopolios ante cualquier
denuncia por contaminación ambiental salían ilesos gracias a los grandes
estudios jurídicos que contrataban y a alguna que otra multa o soborno que pagaban. Las eventuales
pérdidas por juicios ya estaban calculadas e incluidas en los precios de venta
de sus productos.
Lentamente,
Alejandro comenzó a levantar simpatías sobre sus dichos, no tanto sobre su acto
claro está pero si por la nueva moral que pregonaba. Prontamente, el debate
empezó a centrarse sobre los daños sanitarios y ambientales que producían
algunas empresas, más que por su homicidio. Es más, algunos grupos religiosos
menores lo tomaban de ejemplo. Algunas agrupaciones de izquierda lo
reivindicaban. Otros grupos políticos más moderados lo censuraban pero a la vez
comenzaron a hacer referencia sobre la política ambiental y sanitaria que
Alejandro proclamaba, incluso sobre los interrogantes morales y jurídicos que
planteaba.
A
los pocos días Alejandro asistió a los Tribunales acompañado de su abogado.
Para su sorpresa un grupo de manifestantes lo aclamaban a viva voz y con
carteles sobre la escalinata. Lo habían apodado el “moralista”. Alejandro no
dejaba de asombrarse pero al mismo tiempo comenzó a sentir que revivía, que
rejuvenecía, sintió que este último proyecto de vida lo llenaba de esperanza.
Sintió que estaba gestando un cambio cultural. Ya podía morir feliz.
Diego
Gallotti
19/6/18